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ALGO QUE USTED NO SABIA, Y SEGURAMENTE LE DABA IGUAL SABER O NO, SOBRE LOS PROFESIONALES DEL TEBEO
Por Carlos Giménez
Con permiso
de ustedes, les voy a contar cómo eran hace treinta años
las personas que escribían y dibujaban las historietas: los profesionales
del tebeo.
No puede decirse -por lo menos en este país nuestro- que la profesión
de dibujante o guionista de tebeos sea algo que esté excesivamente
valorado, o que goce de una consideración o respeto envidiables.
Más bien no. Le juro que no. Pero, aún así y todo,
de vez en cuando alguno de estos profesionales sale fugazmente en la
televisión, es entrevistado en la radio o se hace una reseña
de su último álbum en algún periódico o
revista. Ya es algo. Se agradece.
Y entonces, en esa imagen fugaz de televisión o en esa foto de
periódico o revista, vemos, al profesional, en su estudio, sentado
en su tablero de dibujo si es dibujante, o a los mandos de su ordenador
si es guionista, y vemos que a su alrededor hay abundantes libros, vídeos,
revistas... etc. Es la documentación.
Y es que para hacer una historieta, para contar una historia con dibujos,
se necesita mucha documentación. Yo diría que tanta como
para hacer una película.
En la actualidad, el autor de tebeos suele tener esa documentación.
Y si no la tiene la busca, sabe buscarla, sabe dónde encontrarla,
la encuentra, la utiliza, se documenta. Da gusto ver una historieta
bien documentada.
Pero no siempre ha sido así. No siempre estos profesionales han
tenido estudio; no siempre el dibujante ha tenido tablero; no siempre
el guionista ha tenido máquina de escribir. Créanselo.
Nuestros comienzos, los comienzos de los que hoy somos guionistas o
dibujantes de tebeos, los de mi generación, fueron muy precarios.
Y sálvese el que pueda. No teníamos nada. Carecíamos,
no solamente de documentación, sino también de herramientas
y de sitio. Unos más, otros menos, las herramientas de un dibujante
se resumían en: lápiz, pluma, pincel -uno de cada-, goma
de borrar y hoja de afeitar también llamada "aguillé".
Y la documentación, si es que puede llamarse así, se reducía
a una simple carpeta de aquellas marrones con gomas, con unas cuantas
hojas de revistas -POST, COLLIERS...- compradas en el Rastro y media
docena de tebeos de la editorial Dolar, preferentemente RIP KIRBY. Y
ya está. El tablero de dibujo (y el flexo a veces) lo ponía
la agencia o editorial en la que se trabajaba.
Los guionistas no lo tenían mejor, ya que debían enfrentarse
a una dura competencia. Todo el que tenía o manejaba una máquina
de escribir se consideraba guionista. Y era completamente normal que
los guiones de las editoriales y agencias los escribieran las mismas
personas que trabajaban en las oficinas escribiendo las cartas comerciales
y llevando la contabilidad.
Por todo esto se daban las situaciones que se daban, salían los
guiones que salían y se dibujaban lasa cosas que se dibujaban.
Les contaré algunas anécdotas.
En cierta ocasión, éste que les habla tuvo que ilustrar
un guión escrito precisamente por uno de estos espontáneos
de la máquina de escribir. Era un tema de oeste, un western,
que se decía. De la serie GRINGO, serie con la que servidor dio
sus primeros y tímidos pasos.
Transcurría la acción en un pueblito mexicano de la frontera,
en pleno desierto de escorpiones y serpientes de cascabel. Era Nochebuena
y a los mexicanitos, para celebrar el nacimiento del niño Dios,
no se les había ocurrido otra cosa -en el guión- que levantar
en la plaza del pueblito un gigantesco abeto de Navidad. Aquello, a
mí, me parecía una barbaridad. ¿De dónde
iban a sacar los peladitos de aquel pueblito del desierto un abeto,
que es un árbol del norte?
Sin encomendarme ni a Dios ni al diablo, lo cambié y dibujé
en su lugar a los mexicanitos tocando la pandereta y la zambomba y cantando
lo de "saca la bota, María". Y me quedé tan
ancho. ¿Quieren ustedes verlo?
En otra ocasión, un dibujante -no me miren, esta vez no fui yo-
tenía que ilustrar, también para una historieta del oeste,
una escena que se desarrollaba en un vagón de tren donde un telegrafista
manipulaba el aparato de transmitir morse. Y el pobre dibujante no tenía
documentación. Era lastimoso verle ir de tablero en tablero preguntando
a los compañeros: "¿tienes documentación de
vagón de tren con aparato de transmitir morse?".
Por fin, otro dibujante con más conocimientos, movido a compasión,
le echó una mano: "Mira, yo no tengo documentación
de eso, pero sé, más o menos, cómo es ese aparato.
Si quieres, te lo explicó. Es así, tiene un chisme así,
en forma de palanca, que abre y cierra un circuito eléctrico
mediante el cual..." Total, que el dibujante con más conocimientos
le dibujó en un papel algo aproximado a lo que pudiera haber
sido un manipulador de morse.
El otro quedó encantado y usando el boceto como documentación
se puso a trabajar en su viñeta. Pero nadie mencionó el
tamaño del aparato en cuestión. El dibujo terminado mostraba
un vagón de tren. Encima de este vagón, ocupando todo
el techo de un extremo a otro, se encontraba un gigantesco aparato de
treinta metros de largo que recordaba lejanamente a un transmisor de
morse. En todo lo alto del imposible artilugio, un telegrafista en comparación
liliputiense hacía esfuerzos incomprensibles e inútiles
por bajar una ciclópea palanca veinte veces más grande
que él.
Hay guionistas que no tienen muy claro lo que puede dibujarse o no en una viñeta.
En cierta ocasión, uno de éstos, que además presumía
de muy profesional, escribió un guión que empezaba más
o menos así:
Viñeta1.) Panorámica.Desierto de Arizona, cactos, escorpiones,
sol...
Vemos a Johnny cabalgando con aspecto cansado. A lo lejos se divisa
un pueblo típico del oeste. Johnny se dirige hacia él.
Entra en el pueblo. Recorre la calle principal hasta llegar al SALOON.
Allí detiene su montura, descabalga y ata el caballo a un poste.
Entra en el local, se acerca a la barra y con gesto hosco pide de beber.
JOHNNY- Whisky
CAMARERO:- Parece que viene usted de muy lejos, forastero.
Todo, en una sola viñeta.
Un amigo mío, un excelente dibujante por cierto, tenía
la costumbre de dibujar mientras escuchaba los partidos de fútbol,
prestando más atención a la radio que a la página.
Estaba mi amigo un día ilustrando un guión de ciencia
ficción en el que la nave de los científicos de la FEG
(Federación Ecológica Galáctica) era absorbida
por un agujero negro. Los sabios hacían todo lo posble por evitar
la catástrofe, pero era inútil. Cuando el final era irremediable
decidían morir con dignidad. La viñeta a ilustrar decía
más o menos así:
Viñeta X.) Gran dibujo. Plano de la tripulación de la
nave, hombres y mujeres de diferentes edades y razas. Se han puesto
de pie y se han cogido de la mano. Saben que van a morir. Serios, serenos,
conteniendo la emoción, cantan el bello himno de la Federación.
Mi buen amigo dibujó una serie de tipos alegres y divertidos,
cantando a grito pelado, con la boca ladeada como los buenos cantaores
de flamenco, dando palmas unos y otros, doblándolas, en lo que
podía haber sido una juerga flamenca de borrachos.
Cuando, asombrado, le pregunté: "¿Cómo has
dibujado esto así? ¡Se supone que esta gente va a morir!",
él me contestó: "El guión dice que tienen
que estar cantando. Yo dibujo lo que me dice el guionista". Y añadió
cargado de razón: "Yo no he visto a nadie que cuando se
está muriendo le dé por cantar".
Otro amigo mío, guionista y muy guionista, el hombre que conozco
yo que más haya amado esta profesión, escribió
un día la siguiente viñeta:
Viñeta X.) Vemos cómo Robert se cae.
TEXTO: Robert se cayó.
ROBERT: -¡Que me caigo!
MARGARETH: - ¡Que te caes!
SRA. SMITH: - ¡Que se cae!
Conocí a un guionista que, junto con el guión, te proporcionaba
la documentación. Daba gusto con él. Escribía,
por ejemplo:
Viñeta tal.) Primer plano de mano abriendo una caja fuerte. (Adjunto
documentación)
Y te adjuntaba, recortada y pegada sobre el mismo guión, la viñeta
del comic book norteamericano (primer plano de mano abriendo una caja
fuerte) de donde él había copiado el guión para
que tú te copiaras también el dibujo.
¡Esto es ser compañero y ser un amigo!
Recuerdo a un guionista que escribía principios de guiones que
luego no sabía cómo continuar.
-Tengo dieciséis guiones empezados y no sé cómo
continuarlos. Estoy atascado. Dame alguna idea. ¿Te los leo?
Me los leía. Guión número uno:
TITULO: LLUVIA Y BALAS
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Viñeta 1.) Vemos a un vaquero montado en su caballo entrando
en un pueblo del oeste. LLueve a cántaros.
TEXTO: Era una tarde lluviosa aquella en la que Fred Reeves llegó
a Dodge City.
-Sólo tengo escrito hasta aquí. Te voy a leer otro.
TITULO: SANGRE BAJO EL SOL
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Viñeta 1.) Vemos a un vaquero montado en su caballo saliendo
de un pueblo del oeste. Hace mucho sol.
TEXTO: Hacía un sol de justicia la tarde que James Cooper abandonó
Kansas City.
-Te leo otro.
MUERTE EN LA NIEBLA
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Viñeta 1.) Vemos a un vaquero a caballo llegando a un pueblo
del oeste. Niebla.
TEXTO: Hacía una niebla horrible la tarde que Alan Carvey puso
sus pies en Silver City.
Otro: VIENTO DE VENGANZA
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Vaquero a caballo saliendo de un pueblo. Viento huracanado.
TEXTO: Hacìa un viento huracanado la tarde que...
Todos los guiones, los dieciséis, empezaban igual. ¡Sólo
cambiaba la meteorología!
Había un dibujante genial, tan admirado por unos como odiado
por otros, al que yo tuve el privilegio de conocer. Era un hombre tan
informal como brillante. Nunca le echaban de la editorial porque era
genial, y a los genios se les aguanta todo.
Entregaba los trabajos con retraso. Siempre tarde, mal y nunca. Había
que perseguirle. Sólo aparecía por la editorial para pedir
dinero adelantado.
Pero hete aquí que un día se presentó en la editorial
con un montón de páginas dibujadas. Por lo menos cincuenta.
Contó que había estado trabajando mucho porque necesitaba
dinero para no sé qué... "Y aquí están
las páginas, en este paquete. Cuéntalas." Y sacó
un voluminoso paquete y lo abrió por un extremo para que asomaran
las páginas y pudieran ser contadas.
Y el contable las contó y las pagó. Y el dibujante admirado
por unos y odiado por otros cogió el dinero y se marchó.
Cuando poco después, en la editorial, abrieron del todo el paquete,
encontraron que, del gran montón de páginas, sólo
estaba dibujada la primera. Las cinco siguientes tenían hecha
solamente la primera viñeta, la de la esquina por donde se habían
contado. Las demás, ni siquiera eso.
A este hombre yo siempre le admiré. Los contables siempre le
odiaron.
En aquellos ya lejanos tiempos conocí muy bien a un dibujante que era cleptómano.
A este hombre le gustaban tanto las imágenes ajenas, las hechas
por otros, que no solamente sus dibujos estaban plagados de plagios,
sino que en cuanto te descuidabas te birlaba un tebeo o un libro. Era
superior a sus fuerzas. Cuando veía un dibujo que le gustaba,
nacía en él la imperiosa necesidad de poseerlo, de plagiarlo,
de hacerlo suyo.
En cierta ocasión, en la editorial en la que colaboraba coincidió
con un gran portadista. El dibujante cleptómano había
ido a entregar una historieta, y el gran portadista entregaba tres portadas.
Se pusieron a charlar mientras esperaban al jefe:
- A ver qué historieta has hecho... ¡Uy, qué bonita!
- A ver qué portadas traes... ¡Uy, qué preciosas!
Al rato llegó el jefe: -Hola. -Hola . -¿Qué hay?
-Aquí, estas páginas. -Dile al contable que te haga el
talón. ¿Y tú? -Yo, estas portadas. -Ponlas ahí.
-Bueno, yo me voy. -Adiós. -Adiós.
Conque el dibujante cleptómano se marchó. No habían
transcurrido dos minutos cuando el jefe quiso ver las portadas.
- A ver esas portadas tan maravillosas.
Las portadas no aparecían por ninguna parte.
- ¡Pero si las dejé aquí!
- Seguro que se las ha llevado Fulano. ¡Baja corriendo a ver si
le pillas!
Bajó el gran portadista las escaleras de cuatro en cuatro y alcanzó
al cleptómano cuando salía del portal. Llevaba las tres
portadas escondidas debajo de la gabardina.
- ¡Eh, tú! ¡Mis portadas!
- ¿Qué portadas? ¡Ah! ¿éstas? ...
¡Andá! ¿Quién ha puesto estas portadas debajo
de mi gabardina?
Hubo un guionista que describió una escena en la que el protagonista
se perdía en plena montaña, en medio de una terrible tormenta
de nieve, y era sorprendido por un oso blanco con el que luchaba encarnizadamente.
Hay que decir que la montaña en cuestión era el Mont Blanc.
Para más inri, había escrito un texto que decía:
"Grande fue la sorpresa de Flanagan al encontrarse con el gigantesco
plantígrado".
A nadie extraña que se sorprendiera el tal Flanagan. Y tanto.
Un oso polar en Suiza no se ve todos los días.
Hubo otro que escribió una secuencia de 22 viñetas, todas seguidas, en las que dos personajes,
nadando debajo del agua, hablaban y hablaban sin parar.
"- Vigila tú por eso lado, Latimer, y si viene algún
tiburón me das un grito."
"- Okey, Mortimer. Pero démonos prisa. No podemos estarmuchorato
debajo del agua sin respirar; nuestros pulmones no lo soportarían."
Obsérvese cómo el segundo personaje aporta el toque
científico.
Hubo un dibujante, con veinte años de profesión sobre sus doloridos
riñones, que un buen día, de pronto, preguntó a
su guionista de toda la vida:
- ¿Quién es ese personaje, Escorzo, que sale tan a menudo
en los guiones?
Es conocido el caso del dibujante que recorría la agencia, yendo
de tablero en tablero, preguntando a los compañeros:
- ¿Tienes domuentación de arrugas de sargento?
Hubo quien dibujó una trirreme con una sola fila de remos. Y
quien dibujó una cuadriga tirada solamente por dos caballos.
Miren ésta:
Un dibujante tuvo que ilustrar, para una historieta de ciencia ficción,
una escena en la que tres astronautas, vestidos con sus típicas
escafandras en forma de pecera y enfundados en sus trajes especiales
espaciales, quedaban abandonados a su suerte en un asteoride, una especie
de gran roca a la deriva por el espacio infinito. Allí tenían
que esperar a ver si alguien tenía a bien rescartarlos.
Este dibujante sabía, lo había leído -era un hombre
instruido- que en el espacio interestelar y cósmico las temperaturas
son muy bajas, que hace un frío que pela, nosecuantos grados
bajo cero. Así que, aunque no lo pedía el guión,
él completó la escena con una hoguera en la que los tres
náufragos espaciales se calentaban. Daba gusto ver a los tres
astronautas, allí en su asteroide, tan calentitos, alrededor
de una hoguera hecha con ramitas recogidas en su asteroide.
Un amigo mío, dibujante, constantemente se quejaba de que en los tebeos
los personajes son siempre estereotipados. La chica: guapa; el sabio:
con barba y gafas; el pobre: con boina; el rico: con chistera y puro.
Un día tuvo la ocasión de escribirse él su propio
guión. Hizo un guión precioso y lo dibujó magistralmente.
Era una historia medieval.
En una de las secuencias aparecía un viejo árabe que habitaba
en una cabaña en medio de un brumoso pantano. Tenía este
anciano una hija joven que vivía con él.
Mi amigo decidió hacer una originalidad y en vez de dibujar la
clásica morita guapa y sexy como haría todo el mundo,
dibujó una mujer gruesa, fornida, fea, con un poco de bigote,
la cabeza rapada...Y en lugar de ponerle un nombre femenino típico
-Aixa, Zoraida, Zulema- le puso -otra originalidad- Ramón.
- ¿Qué te parece el personaje de la chica?
- ¿Qué chica?
- La hija del viejo del pantano.
- Es un tío.
- Es una chica.
- Es un tío. Tiene bigote, músculos, pelos en el pecho...
Se llama Ramón. Es un tío.
- ¿Qué pasa? ¿Es que vas a querer saber tú
más que yo que soy el autor?
De todos los miles de lectores que leyeron aquella historieta, el único
que sigue porfiando, empecinado en que el hijo del viejo árabe
del pantano es una chica, es el autor.
Etcétera, etcétera, etcétera...
Espero que este pequeño puñado de anécdotas haya
servido de ilustración para una mejor comprensión de quiénes
somos y de dónde venimos los profesionales del tebeo. Naturalmente,
estas anécdotas no representan a todos. Siempre hay, por fortuna,
valiosas y abundantes excepciones. Y no siempre se confirma la regla.
Que en esta profesión de hacer tebeos hay y ha habido siempre
grandes artistas que han dado grandes obras, nadie lo duda. Ahí
están sus trabajos. De los méritos de ellos ya se encargan
de hablar otros.
Y no quiero despedirme de ustedes sin decirles muy seriamente una cosa
que no contradice en absoluto todo lo que les he contado. Igual que
digo lo uno digo lo otro: A lo largo de mis 55 apretados años
me he codeado con gentes heterogéneas y varipopintas; he pisado
tabernas y salones y he conocido muy diversos ambientes, algunos de
ellos artísticos e intelectuales. Pues bien, en ninguna parte
he encontrado tanto talento como entre los profesionales del tebeo.
Créanselo. O no se lo crean si no quieren. Están ustedes
en su derecho.
Extracto del artículo escrito por Carlos Giménez para el catálogo de la Exposición "Tebeos: los
primeros 100 años", que albergó en 1996 la Biblioteca Nacional.
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