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LOS PROTAGONISTAS DICEN...
CARLOS GIMÉNEZ
ADOLFO USERO. DIBUJANTE
MANUEL YÁÑEZ SOLANA. GUIONISTA DE HISTORIETAS
FERNANDO FERNÁNDEZ. AUTOR DE HISTORIETAS
JOSEP TOUTAIN. EDITOR
ARMONIA RODRÍGUEZ. GUIONISTA DE HISTORIETAS
SUSO PEÑA REGÓ. AUTOR DE HISTORIETAS
JOSEP MARÍA BEÁ. AUTOR DE HISTORIETAS
MARCELO MIRALLES. DIRECTOR DE LA AGENCIA SELECCIONES ILUSTRADAS
VICTOR RAMOS. DIBUJANTE DE HISTORIETAS
FLORENCI CLAVE. DIBUJANTE
MANFRED SOMMER. DIBUJANTE
J. FLORES THIES. DIBUJANTE Y GUIONISTA
CARLOS GIMÉNEZ
Antes de empezar a escribir los guiones de «Los Profesionales», preparé en mi estudio de Premia de Mar una mesa con una botella de whisky, vasos y un magnetofón e invité a sentarse alrededor de ella a un grupo de colegas amigos.
Acudieron Adolfo Usero, José González, José María Bea, Luis García, Víctor Ramos y Alfonso Font. Les pedí que recordaran en voz alta cómo eran y éramos los personajes que, allá por los años sesenta, llenábamos las editoriales y agencias de dibujantes de Barcelona. Durante cerca de
tres horas estuvimos grabando en el magnetofón anécdotas
de la profesión, situaciones propias y ajenas de toda aquella
lejana y extraña época. Recuerdo que terminamos con
las mandíbulas desencajadas de tanto reír.
Todos aquellos datos que quedaron en la cinta magnetofónica
fueron una ayuda impagable a la hora de escribir los guiones de «Los
Profesionales». Quiero desde aquí dar las gracias una
vez más a Adolfo, Pepe, Bea, Luis, Víctor y Alfonso
por su colaboración, auténticamente inestimable.
Gracias, amigos.
ADOLFO USERO. DIBUJANTE
Llevo muchos años trabajando con Carlos y nunca le he visto
ilusionarse en exceso por un encargo que le reporte dinero, y ni siquiera,
por su obra. Tiene decidido lo que va hacer, se sienta ante el tablero,
toma una hoja de papel, un lápiz, se mordisquea un poco los
labios y se pone en marcha... Hasta que el trabajo no esté
terminado, beberá mucho, fumará más y cuando
descanse, poco, aún estará pensando, en el duermevela,
que aquella viñeta no le gusta así, y a la mañana
siguiente, rectificará el plano que le tenía inquieto.
Le he visto hacer muchos bocetos hasta encontrar el encuadre que le
gusta, he sido testigo de cómo ha rechazado páginas
perfectamente acabadas, aduciendo que tal o cual trazo no le gusta.
He sido testigo de la parida de una nave de C. F., que ha estado a
punto de llevarme hasta la histeria: quince o veinte folios pegados
con «celo» y con celo, cada uno de ellos con un dibujo
que representa parte del cuerpo central de la nave, módulos,
nodulos, chísmulos, puertas y ventanas, y escorzos inverosímiles
de la dichosa nave que parecía más la labor de un ingeniero
chiflado que la de un dibujante de historietas. Claro que luego tenía
que dibujarla en varias páginas, por las que no le pagarían
demasiado, pero él estaba contento (?). De aquellos dibujantes,
fue el primero en defender los derechos de autor, para sí y
para todos, en un incipiente y frustrado sindicato, exigió
reivindicaciones profesionales ante los editores y agentes, y perdió
la voz bebiendo, fumando y clamando... Siempre ha tenido archivo y
documentación para quien se la pidió, ha tenido un rato
para ayudar a terminar el trabajo de un compañero en apuros
y echar una ojeada a las páginas de los jóvenes que
vienen a su casa pidiendo la opinión del autor consagrado.
Hay muchos dibujantes que conocen la personalidad de Carlos y su curriculum
profesional de autor comprometido, pero yo he estado con él
en Premia o en Barcelona en manifestaciones a las que se debía
acudir, ha hecho casi más pintadas en las paredes que páginas
en el tablero, ha firmado manifiestos y ha luchado por lo que ha creído
justo desde un lado político concreto.
Por todo esto, Carlos es un profesional. Antes de «Gringo».
Antes de las «Curiosidades». Antes del colegio. Era un
profesional desde el útero de su madre, la señora Lina.
Y para colmo, es mi amigo. Aunque se note. Desde hace treintaitantos
años.
MANUEL YÁÑEZ SOLANA. GUIONISTA DE HISTORIETAS
Siempre he creído que Carlos Giménez es un gran poeta, un humanista del cómic y el guionista que mejor sabe construir una historia,
por trivial que ésta puede parecer. Porque todas sus obras, mucho más «Los profesionales», requieren una doble y triple lectura. Sería lamentable que alguien se limitara
a quedarse con la anécdota, por divertida y brillante que le resulte.
Hablar de cualquier creación de Carlos supone una provocación, debido a que me sugiere una gran cantidad de facetas: el autor, el hombre, el amigo y todo su futuro. ¿Qué habría
realizado Carlos Giménez de haber podido vivir de una manera más universal si sus mundos «pequeñitos» le han permitido dar forma a una crítica descamada del totalitarismo,
a la ingenuidad que es capaz de florecer bajo la opresión y al testimonio de que el HOMBRE también puede sobresalir de su propia caricatura?
En efecto, «Los profesionales» me parece una gran caricatura, en la que todos los personajes que intervienen nunca resultan unos payasos: la necesidad de concluir un trabajo la última noche,
las bromas crueles de los dibujantes, los absurdos conceptos del amor y el sexo, el genial moroso, el buhonero de lo insólito, el grandullón de las gafas y la barba cerrada y el propio Pablito
nacen de una realidad humana que se sitúa entre 1964 y 1968. Casi un quinquenio de abundancia de trabajo, pero de escasa remuneración.
Amalgama de bohemia, profesionalidad, descaro, icmanticismo, miseria
e ingenio.
El estudio de «Creaciones Ilustradas» lo llamaré
como en el cómic de Carlos funcionó como una gran
hospedería medieval me refiero a la época luminosa
de la Córdoba musulmana, en la que todos podíamos
entrar, buscamos un hueco y seguir la inercia establecida. Llegué
allí como '^11 incipiente guionista, continuamente tirador
de «coca-colas» los dibujantes solían dejarlas
en el suelo y yo acababa por golpearlas con los pies, en mi incansable
afición de verles crear viñetas y realizador de
cientos de sinopsis que nadie me aprobaba. Lentamente fueron llegando
los encargos la «Pensión Freixas» me costaba
2.500 ptas., al mes, con derecho a compartir la cama con un millón
de chinches, lo que me permitió la supervivencia. Por
otra parte, conté con el mecenazgo de Adolfo Usero, cuya ayuda
me impidió volver a ser un mecánico escapé
de «Iberia, Líneas Aéreas» para no ser el
748. Hasta que me convertí en un «profesional»...
Bueno, retomando el motivo para el que se me ha requerido: «Los
profesionales» es un magnífico testimonio de un sector
social y de una época.
FERNANDO
FERNÁNDEZ. AUTOR DE HISTORIETAS
Esta mañana Redaños me ha invitado a un cortado.
Más tarde me llamó por teléfono Santi Sans para
fijar el día en que iremos juntos al gestor por lo de la renta.
A media tarde pasé por el estudio de Vidal Flores a devolverle
un libro y dos discos que tenía de no sé cuando, y esta
noche he quedado con Fiistrup para ir al cine a ver una de Ciencia
Ficción. ¿No os lo creéis? Pues es absolutamente
cierto.
Nosotros, los (ayer dibujantes, pintamonas, ninotaires o historietistas
y hoy) autores de comic, hemos vivido siempre de, para y por «los
personajes». Los hemos admirado, odiado, copiado, servido, imitado,
amado... Nuestra vida ha girado en función de ellos. Han sido
lo más cercano, como parte de nosotros mismos, hijos como
gustan decir algunos de nuestro ingenio, de la necesidad, o
de múltiples y complicadas circunstancias.
Y de pronto aparece Carlos con «Los Profesionales» y sorprende
al personal. Arma la gorda. Subvierte los valores. Revoluciona el
concepto. Vuelve el calcetín del revés y ahí
nos tenéis a los «autores» convertidos en «personajes»,
y no por arte de birli-birloque, sino por la magia magistral del virtuosismo
narrativo de Carlos.
Todo un rosario de anécdotas que conformaron la insólita
cotidianidad de un numeroso grupo de «incipientes artistas»
(?) acorralados en las complejas visicitudes profesionales, y sociales
de la Barcelona de los años 60.
Una vez mas, Carlos ha logrado con «Los Profesionales»
un gran fresco en el que se refleja rescatándolo del
recuerdo un retazo de nuestro pasado, certeramente, como antes
hiciera con Paracuellos, Auxilio Social o Barrio, y devuelve a nuestra
generación un ayer subjetivado y crítico que no todos
han sabido asumir.
Yo, que estoy en el secreto (con otros cuantos) de «quién
es cada cual» me refocilo en el sillón releyendo «los
Profesionales» y mientras se dibuja una sonrisa cómplice
en mi rostro pienso: «No fue tan mal rollo, y, ya tenía
bastante marcha, ya, ¡Pardiez!»
JOSEP
TOUTAIN. EDITOR
Toutain... Yo he respetado siempre a usted y los chicos de su
estudio; pero si no se los quito yo, se los va a quitar Bruguera,
¡entiéndalo!... Si vienen todos a Toray, usted incluido,
nos evitaremos problemas. Era Antonio Ayné, el hombre
que hizo Ediciones Toray, quien trataba de convencerme un día
de 1955.
A medida en que ustedes me vayan quitando los dibujantes, yo
formaré otros nuevos. Tan petulante respuesta se confirmó
en la realidad. Con alguna suerte y mucho esfuerzo, aquel modesto
estudio que bautizamos con el inconcreto nombre de Selecciones Ilustradas,
representaba pocos años más tarde a un centenar de dibujantes
recién formados o venidos de las más grandes editoriales
españolas.
No eran todos los profesionales. Algunos se mantuvieron dependientes
de su editorial o se agruparon en otra agencia. Se dividían
en tres tipos: Los que dibujaban historietas porque les gustaba; los
que, gustándoles y teniendo facultades, sacrificaban éstas
en favor del dinero; y quienes hacían co-mics solamente por
el dinero. Porque en esa época, un dibujante modesto de agencia
ganaba el doble que un oficinista y una inmensa mayoría de
calidad entre mediana y buena, cuatro veces más.
Los intereses profesionales y económicos nos unían.
Formábamos casi un clan cerrado, entre otros motivos porque
nuestros amigos «de afuera» lo pasaban bastante mal. Se
viajaba a Londres, París y la Costa Brava en grupos, se ligaba
casi en equipo y se dio más de una boda entre dibujante y parienta
del otro... La bebida común, la ginebra. La música,
los diez mejores de las listas inglesas, antes de que se oyeran en
las emisoras locales. Cigarrillos Partagás y Chesterfield.
El cine de Alfred Hichcock, las piernas de Marilyn, el bar Pabellón
y el flamenco de Las Cuevas...
En la distancia del tiempo (la historia acabó con los sesentas),
unos conservamos un grato recuerdo y otros reniegan de él.
Pero en lo que todos estamos de acuerdo es en aceptar que fue una
época inolvidable.
Carlos Giménez la retrata en la forma magistral que ya todos
exigimos de él, en su serie «Los Profesionales»,
que recoge este álbum. El fue testigo y protagonista de buena
parte de las historias que describe. Y aún por encima de la
denuncia crítica y el análisis burlón que se
trasluce en cada historia queda claro, al menos para mí, que
ese espacio de tiempo del (le llamábamos) «estudio»,
no solamente hizo profunda mella en él, sino que lo recuerda
con sentida nostalgia.
No me atreveré a decir que hoy Carlos Giménez y muchos
otros profesionales del comic español son lo que son, gracias
a aquel estudio barcelonés de los años 60; pero si que
muchos jóvenes aficionados, sin otra posibilidad para convertirse
en profesionales que practicando y dándose a conocer a través
de los modestos fanzines actuales, darían cualquier cosa para
que la historia se repitiera con ellos.
ARMONIA
RODRÍGUEZ. GUIONISTA DE HISTORIETAS
¿Los profesionales? ¡Quita por Dios! Pero si en aquella
época esa palabra ni existía para poder sernos aplicada.
Todos, o casi todos, dibujantes y guionistas, eramos unos diletantes.
Si además encontrábamos algún arriesgado que
nos pagase algo por lo que hacíamos, podíamos damos
por contentos. No procedíamos de ninguna facultad o escuela
de arte: aprendíamos sobre la marcha, haciendo. Y habíamos
llegado a ese oficio tal vez por eliminación de los otros muchos
para los que no servíamos. Cuando decías que trabajabas
en una editorial dedicada casi exclusivamente al género de
lo que se llamaba entonces, por extensión, «tebeos»,
la gente se echaba a reír y preguntaba incrédula: «¿Y
encima te pagan?». Trabajar en una editorial representaba tener
hora de entrada, pero nunca de salida. Hablar de vacaciones era anatema
y entre las muchas cosas que tenías que hacer, si eras guionista,
podía tocarte tener que «retocar» el texto de alguna
historieta con cuyo contenido o palabra sueltas la Censura no estaba
de acuerdo. O reiventar un nuevo guión sobre unas páginas
dibujadas cuyos textos primitivos por «alguna cosa rara de la
vida» (con voz de Elvira Ríos) se habían perdido.
Y eso era la práctica habitual y lo hacías casi sin
tener noción de conciencia culpable. Dibujantes y guionistas,
al no tener modelos autóctonos a quienes imitar, vivíamos
con la vista perdida en Estados Unidos y nos creíamos geniales
si, por imitación, lográbamos pertrechar un diálogo
que dijese más o menos: ¡Vamos, muñeca,
ahueca el ala! Yo sólo marcho
con el «fru-fru» de los billetes.
Se cree usted muy listo, ¿verdad? Pero algún día
probará el sabor de su propia
medicina.
Como compensación a tantas miserias, las redacciones o estudios
eran verdaderos lugares de encuentro y de intercambio de opiniones
no sólo profesional sino también humana. Y la mujer
de la limpieza no era alguien desconocido o fuera del ambiente. Era,
simplemente, la Casi. Casi que, entre vaciado y vaciado de papeleras
y ceniceros, entraba a las seis de la tarde en la redacción
con una perola humeante sorprendiéndonos con un:¡Venga
chicos, recoged todos los papelotes que he hecho chocolate!
SUSO
PEÑA REGÓ. AUTOR DE HISTORIETAS
En «Los Profesionales», Carlos Giménez no ha
reflejado una época sino todas las épocas. A mi modesto
entender, lo genial de Carlos en esta obra no es ni más ni
menos que su capacidad para dar una visión global de la gente
que se adentra en la profesión, independientemente del tiempo
o los personajes concretos, y partiendo de una serie de anécdotas
que muestran perfectamente el «ambiente» de los estudios
de historietistas.
Para muchos, aquella época de los estudios habrá pasado,
ya que hoy día la mayor parte de nosotros trabajamos en nuestra
propia casa, en unas condiciones absolutamente distintas de las que
se reflejan en estas páginas. Aquella era la época «loca»,
los años de la inconsciencia Juvenil, de la bohemia... hoy
la profesión es otra cosa.
Yo espero que no'. Espero y confío que en cien rincones de
cualquier ciudad sigan existiendo (tienen que existir), grupos de
muchachos que se reúnen en una habitación a la que llaman
estudio y tratan de hacer historieta. Y se gastan entre ellos las
mismas casi-sangrientas bromas, y muestran su inconformismo de mil
formas distintas, y se pelean con los editores o agentes, y se retrasan
en las entregas, y charlan, discuten, leen, sufren y aman. en términos
idénticos a los de «Los Profesionales».
Y esto es asi porque hoy los profesionales son ellos, o en todo caso
lo serán mañana. Y por lo mismo me gusta tanto este
trabajo de Carlos, porque ha sabido recoger perfectamente ese «espíritu
loco» que anima a cualquiera que tiene la pretensión
de divertirse haciendo monos sobre un papel y que encima haya gente
que se divierta luego al leer sus monos.
En resumen, con la obra en las manos, lo único que se me ocurre
decirle a Carlos, sin caer en elogios que podrían parecer exagerados,
es: Gracias por haberla hecho.
JOSEP
MARÍA BEÁ. AUTOR DE HISTORIETAS
Disponiendo
ahora de la suficiente perspectiva que afortunadamente confiere el
paso de los años para poder analizar rigurosamente la época
que Carlos Giménez refleja en esta importante obra, y eliminando
cualquier substrato subjetivo de añoranza o nostalgia que pudiera
alterar aquella realidad. Considero que aquellos años de esplendor
para la agencia Selecciones Ilustradas regentada por José Toutain,
fueron fatalmente perniciosos para todos los dibujantes allí
concentrados y una nefasta mancha en la historia del comic. No creo
que en ninguna parte de nuestro planeta concurrieran tan tristes circunstancias
como las que se dieron en la Barcelona de los años 50-60.
En aquel manicomio, donde llegamos a trabajar más de cien dibujantes
noveles, se nos obligaba al entrar a prescindir de nuestra identidad
para poder transformar aquella masa humana en un solo dibujante; un
macroartesano de cien manos con un deleznable e inamovible estilo
plástico, cuyo objetivo era el de cubrir la infinita demanda
de producción que ofertaba a misteriosos precios el mercado
inglés. Nadie llegó a conocer durante todos aquellos
años a ningún guionista, y no todos tuvimos la suerte
de ver nuestros trabajos publicados. Los miles de originales realizados
por todos nosotros, y que se nos prohibió firmar con nuestro
nombre, desaparecerían para siempre más allá
de nuestras fronteras, siendo manipulados despóticamente para
la consecución de múltiples beneficios, de los que el
autor no tuvo jamás conocimiento. Nunca se ayudó a potenciar
el talento personal que acababa proyectándose estérilmente
en forma de chistes, bromas, o parodias teatrales. Cualquier iniciativa
profesional que sobrepasara los límites de aquella dictadura,
era considerada como algo no rentable en términos económicos.
Así, se consiguió que lo más aburrido e insulso
de la profesión de dibujante de comics fuera, paradójicamente
«dibujar comics». Dicha labor se apoyaba exclusivamente
en una base única de compensación lucrativa, desprovista
de alicientes artístico-ideológicos.
El índice intelectual de la mayoría de dibujantes era
anémico, debido al gris contexto social y cultural de aquella
época. Sólo dos o tres elegidos habíamos cursado
estudios de bachillerato. Dicha circunstancia conformó un anticlima
bloqueador de cualquier tipo de génesis creativa.
En tal depauperado entorno de ciegos cogidos de la mano, se propagó
la maquiavélica idea de que aquella mediocridad era el indiscutible
olimpo del comic y que fuera de sus paredes no existía ninguna
posibilidad de futuro en ningún campo para un dibujante. Dicha
paranoia generó un síndrome de frustración cuyo
mecanismo de defensa no era otro que el de humillar al más
débil y de envidiar al preferido. Y es que si uno no se defendía
ridiculizando aquella siniestra situación corría el
peligro de poder plantearse aquel absurdo presente y acabar llorando.
Sólo guardo buenos recuerdos de los días en que el Sr.
Director partía de viaje, y, entonces, yo podía dibujar
las cosas de humor con las que hacía reir a mis compañeros.
La deformación profesional fue tan lacerante, que muchos profesionales
quedaron anclados en aquel campito de concentración bañado
de arquetipos plásticos decadentes. Otros, muy pocos, tuvimos
la suerte de resucitar a tiempo, descontaminarnos y empezar de nuevo.
Han tenido que transcurrir veinte años para poder identificarme
definitivamente con mi profesión y poder, realizar con gran
ilusión aquello que tanto había deseado hacer anteriormente
y que me fue prohibido.
Referente a los últimos capítulos de la obra presente
(donde aparece alguno de los argumentos narrados por mí a Carlos),
sólo puedo objetar una cierta desviación del sentido
crítico, que por reflejo inconsciente defensivo, se desobjetiviza
la interpretación de las circunstancias de aquella época,
al ser publicadas en la misma sede dónde transcurrieron los
hechos y siguen persistiendo los fantasmas y miasmas del pasado.
MARCELO
MIRALLES. DIRECTOR DE LA AGENCIA SELECCIONES ILUSTRADAS
Algunas de las anécdotas que cuenta Carlos Giménez
en «Los Profesionales», me las contaba mi hermano, que
dibu- jaba en el estudio de «Creaciones Ilustradas». Yo
era entonces muy jovencito y me entusiasmaba con las historias. Pen-s^a
lo fabuloso y divertido que tenía que ser pertenecer a aquel
ambiente, en contraste con lo gris de la vida en aquellos «años
cincuenta». Unos años después tuve ocasión
de entrar a trabajar en el «estudio», y pude vivir alguna
de ellas, y, por qué no, sufrir en mis carnes otras, como la
muy «celebrada» frase que se me deslizó en un guión
del Oeste que escribí, en el que el protagonista llegaba a
un pueblo, y los del lugar, gente patibularia, le preguntaban: «Amigo...
¿Es Vd. amigo o enemigo?» La rechifla fue general y esto
me decidió a abandonar los guiones de comics, con lo cual,
realmente, poco se perdió el mundo.
«Los Profesionales» me han hecho revivir aquellos tiempos.
La habilidad de Carlos para crear unos arquetipos de personajes, y
su forma de moverlos a lo largo de la historia, siempre me ha admirado.
¡Gracias, Carlos! ¡Amigo, es Vd. amigo...!
VICTOR
RAMOS. DIBUJANTE DE HISTORIETAS
Fue una época llena de vivencias. Larga, duradera. Muy
anárquica. La época de «Bromas crueles»
y bailes de disfraces. Casi todo el año era un jubileo. Epoca
de muchos amigos y compañerismo. A veces me pregunto, profesionalmente,
cómo no nos fuimos todos al garete, pues no teníamos
mucha seriedad, pero se ve que a pesar de las muchas dificultades,
que también las hubo, hemos seguido hasta ahora porque lo nuestro
y lo que nos gusta es dibujar.
Respecto a Carlos, ¿Qué voy a decir? El sí que
es un profesional como la copa de un pino. Sus éxitos los comparto,
los aplaudo y me llenan de satisfacción. Su tratamiento de
la serie está muy logrado.
¿Qué hace un dibujante como yo en una profesión
como esta? ¡¡Chao, amigos!!
FLORENCI
CLAVE. DIBUJANTE
Sé que no voy a ser muy original al empezar diciendo: «Yo
estuve allí». Pero así fue, y allí conocí
a Carlos. Nada me resulta más fácil que poner otros
nombres, los verdaderos, a la mayoría de los personajes de
«Los Profesionales». Quizás parezca que eso significa,
por mi parte, rebajar el mérito inventivo de Carlos, pero no
es así; al fin y al cabo, Shakespeare no se inventó
los amores contrariados ni los celos pero, irediós, cómo
los cuenta!
Carlos es este tipo de narrador genial que no se limita, como hacen
casi todos los narradores, a comentar lo que ya estás viendo
sino que te enseña a verlo bien. Y esto de aprender a ver es
cada vez más difícil en una época que presume
de ser la más «visiva» de todos los tiempos. Narradores
como Carlos, capaces de estar viendo juntos la misma cosa y contarla,
luego, cada uno, completamente distinta, sólo conozco a cuatro
antes que él: los evangelistas.
Carlos es, también, además de maestro, maestro polifacético;
porque siendo lo suyo (¡y de qué manera!) lo visual,
lo gráfico, nos enseña también a escuchar.
Si queremos que las gentes, las cosas, los hechos de cada día
nos «digan algo» hay que empezar por poner la oreja. Sólo
cuando se presta atención se puede distinguir, entre toda la
cacofonía po-luante que nos rodea, las notas de una melodía.
Una melodía que a veces es himno de gloria, a veces lamento
desesperado; la melodía que la mayoría de los humanos
susurra en voz baja, avergonzada, aterrorizada y que la gente como
Carlos (¡qué poca!) descubre y luego grita a pleno pulmón
para que nos enteremos todos.
Naturalmente, Carlos, como todas las personas enfermas incurables
de ternura, lo que cuenta lo hace a veces con humor negro y bien cargado,
cortado con sus pocas gotas de mala leche. Este humor que empieza
ya en el título de: «Los Profesionales». Porque
los que están estábamos en aquel estudio
de dibujantes son éramos lo contrario de un profesional,
son éramos la quintaesencia del aficionado, del
«amateur» (que significa: el «que ama»). In
illo tempore la máxima aspiración de los dibujantes
de historietas del «estudio» no era ganarse la vida, sino
«traer algo a casa», haciendo algo que, de todos modos,
hubiéramos hecho, incluso pagando.
Todos sobre todo los que estábamos allí
van a ver el «estudio de dibujantes» de «Los Profesionales»
de una manera distinta: para mí profesional de la historieta
sólo fue escuela de profesionales en lo que a aprendizaje de
los trucos del oficio se refiere, y, aún así, ¡qué
pocos! (por ejemplo, no aprendimos nada acerca de los editores). Fue,
en cambio, escuela de aficionados; fue nuestra rebelión antiautoritaria
antes de los sesenta; nuestra afirmación de calor humano en
la nevera, de los «Veinticinco Años de Paz»; nuestra
manera de entrar en la edad adulta sin dejar de jugar... Y todo esto
es lo que Carlos nos muestra en «Los Profesionales». ¿Cómo,
pues, no voy a empezar diciendo: «Yo estuve allí»?
MANFRED
SOMMER. DIBUJANTE
Cuando nos reunimos los «Profesionales» para hablar
de algo, cosa que afortunadamente ocurre con relativa frecuencia,
casi siempre sucede que la conversación se vuelve caótica
(lo cual también tiene su gracia). Pero cuando parece que ya
no se puede seguir adelante, debido a que existe un nudo gordiano
(por cierto ¿quién sería el tal Gordiano y por
qué esa manía de hacer nudos inverosímiles?),
siempre me ha producido un gusti-rrinín, difícil de
explicar, ver y oír como Carlos lo corta con la afilada síntesis
de su lógica y buen sentido, pero eso sí, unas veces
arropada de ironía, otras de ternura y algunas de cruel sarcasmo.
Si esto que acabo de decir no es el secreto de un buen narrador, que
venga el mismísimo Jeovah (que en gloria esté) y lo
juzgue.
Carlos es una persona a la que no se le escapa nada y además
no olvida (nunca hay que olvidar), lo que no sé es si perdona,
pero en todo caso, lo que sí es evidente, es que como tiene
un gran corazón y nada de cobarde, en vez de perder el tiempo
compadeciéndose a sí mismo, castiga y fustiga (eso es
justicia ¿no?) pero con el más amable y exquisito de
los látigos, que está trenzado de inteligencia, humor
y hasta comprensión. Yo nun- ca entenderé por qué
a la gente le gusta tanto Carlos Dickens. A mí, personalmente,
me gusta mucho más Carlos Giménez. Claro está
que yo no soy anglo-sajón, gracias a Alá.
Una de las pocas cosas con sentido que dijo Platón (escritorzuelo
por el que siento una especial animosidad) es que «todo está
dicho, sólo cambia la forma de decirlo y eso es el arte».
Pues bien: Carlos Giménez es un consumado artista en esa difícil,
increíble y siempre incomprendida doble vertiente que es la
narrativa dibujada. Cuando a uno se le saltan las lágrimas
leyendo y viendo las historias de Carlos Giménez, unas veces
es de tristeza y otras de risa, pero siempre con COMPLICIDAD. Luego
es auténtico, luego es honrado... luego interesa y conviene.
J.
FLORES THIES. DIBUJANTE
Cuando Carlos Giménez y yo,-que procedíamos de galaxias
a años luz de distancia, coincidimos en la misma estación
espacial (La Floresta, año 67), comprendimos que teníamos
tópicamente muy pocas cosas en común. E inmediatamente
nos hicimos amigos, que la línea recta es la más aburrida
entre dos puntos.
El Gran Padre Blanco nos había encargado la parida de aquel
personaje que se llamó DELTA 99, que salió subnormal
e hijo coima, pues fue el producto sideral de varios padres. Pese
a que por nuestros propios pecados el inventillo fracasó después
de varios intentos y descabellos, seguimos siendo amigos irreconciliables,
es decir, sin fisuras, junto a ese piloso con un corazón de
dulce melón llamado Adolfo Usero. Hice mi papelito de salvavidas
devaluado cuando por una denuncia de vecinos de espíritu cojitranco
de La Floresta, tuvieron que presentarse los del Grupo de La Floresta
(abigarrado, divertido, insolidario, vago, peleón y entrañable)
en el cuartelillo de la Guardia Civil. Fue Suso quien salvó
la situación al simpatizar con el Cabo 1.° por aquello
de ser ambos dos «nanos». Fue aquella la primera y única
vez en que se pudo ver'a cinco dibujantes de tebeos vestidos elegantemente,
con temos y camisas planchadas, zapatos abrochados y encorbatados,
si bien los nudos desaparecían, en algunos pescuezos, bajo
las guedejas de las barbas.
Más tarde pude seguir el rastro de Carlos cuando trasladó
sus huesos y los de los suyos a Premia. Allá se organizó
el llamado Grupo Premia que parieron como los montes de la fábula
ya que el grupito seguía siendo divertido, insolidario, vago,
peleón y entrañable. Las finanzas de Carlos no estaban
muy boyantes por ser el muchacho orgulloso, independiente, iluso y
soñador. Estas finanzas llegaron a estar bajo mínimos
y éste que lo es, llegó a prestarle un dinero que_no
era suyo («Si no me lo devuelves antes de final de mes, visítame
en la cárcel»). Allí en La Escala, en zona marinera
y soleada pasamos los tres (¿Con quién va a ser? ¡Con
Adolfo!) unos días únicos, que ya es unidad. Adolfo
jugaba al fútbol con los artilleros de la Batería de
Costa y Carlos dibujaba cosillas a las bellas de la localidad, que
cuando devolvían la visita a Premia, se enamoraban indefectiblemente
de Luis García, el mayor enamorador de adolescentes del reino.
Después los dioses salieron al paso de Carlos y comenzaron
a lloverle contratos, alabanzas, cobas, premios, viajes pagados a
Lucca, a Méjico o adonde fuera. Y el iba ¡estaría
bueno! que luego contaba cosas que era como verlas dibujadas. Y Carlos
ejercía de comunista en Premia sacándole las castañas
publicitarias a unos comités que era como si los comuneros
hubieran podido echar mano del Ticiano, aquel señor que pintó
a una diosa rotunda y encuerada a los ochenta años. Y ayudó
a la progresía y a él mismo con PARACUELLOS, su éxito
popular más rotundo, donde contra la opinión de muchos,
no se libró de trauma alguno ni de mandangas parecidas. Carlos
se libró de sus traumas a las pocas horas de nacer, que los
niños son los animales más fuertes y crueles de la creación,
disputándose el puesto con las palomas. Todo eso de Hom, Dani,
Tequila, las Españas, Barrio, etc. queda para los biógrafos
que ya han hablado y hablarán sobre el tema. Yo me limitaré
a completar una semblanza del Carlos que conozco, que quizá
no sea el que otros conocieron, pero cada cual ve el mundo con sus
propias gafas.
Carlos es el tipo más ordenado que he conocido, si bien su
sentido del orden no le permite acordarse jamás de los tebeos
que presta. Lector de libros, seguramente primer premio en lectura
rápida, enamorado de las cosas bellas, pequeñas y hasta
inútiles. Paladín de las masas desheredadas o por desheredar,
le molesta el ruido, la aglomeración, la suciedad, la zafiedad
y el mal gusto. Ojea con amor un libraco enorme de Rockweil y pasa
de largo ante un Miró (como la inmensa mayoría de los
dibujantes que saben lo que es sudar honestamente una página).
Dormidor de siestas, fumador hasta la muerte, cubatero impenitente,
toda la crueldad de sus dibujos y guiones (ciertos dibujos y ciertos
guiones) contra aquello o aquellos que detesta, desaparecen en vivo
y en directo. Antimilitarista, algo comecuras, comunista sin carnet
que se apagaría al otro lado del Oder y amigo del que suscribe,
milico, carca y facha...
Ahora Carlos da fin, eso dice él, a los PROFESIONALES. Y desde
los grádenos, los tendidos de sol, los gallineros... la gente
se pregunta: ¿Qué va a hacer Carlos ahora?
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