Obra autobiográfica compuesta por 20 episodios que suman 46 páginas.

Primera publicación: 1977. Revista El Papus

Álbumes disponibles en:
Ediciones Glénat.
www.edicionesglenat.es

 

BARRIO, UNA HISTORIETA AUTOBIOGRÁFICA
Por Antonio Martín

Se suele afirmar que la literatura española era y es bastante escasa en autobiografías, memorias y otros textos personales en los que los autores retrocedan en el tiempo, se desnuden y relaten sus vivencias personales pasadas.
Esto es aún más acusado en la historieta española. Quizá tanto por el escaso nivel de reflexión de una mayoría de los propios autores como por el hecho de que, estando condenado el medio a la categoría de simple entretenimiento mayoritariamente dirigido a los niños, ha resultado difícil que los autores españoles alcancen la suficiente distancia de su historia personal como para realizar un ejercicio de reflexión sobre la misma. Y ello aparte de que la censura editorial (sí, la realizada por la propia industria editorial en aras de una malentendida comercialidad) ha impedido durante muchos muchos años el que tales historietas autobiográficas pudieran llegar a existir al no poder llegar a publicarse.
De hecho son muy pocas las historietas españolas de este tipo. Quiero destacar por su importancia: Minins de Enric Sió (1971), la serie Barrio de Carlos Giménez (1978), y Chicharras de Luis García (1975).
Es segura, además, la existencia de vivencias personales en muchas de las historietas realizadas por diversos autores españoles que lateralmente han incorporado elementos de su biografía a alguna de sus obras.
Pero lo cierto es que las historietas que son reflexión sobre la propia vida, con una mirada al pasado personal del autor, son muy muy escasas en el comic español. Y prácticamente la casi totalidad de las existentes son obras realizadas a partir de los años setenta (del siglo XX, hay que añadir ya), cuando los profesionales del comic español, y el propio medio, dieron un vuelco desde la condición de dibujantes y escritores anónimos a la de profesionales conscientes de su propia obra. A pesar de la dinámica de la industria editorial, acomodaticia y nada propicia a los cambios profundos.
No se trata de exigir que todos los comics transmitan mensajes trascendentes. Se trata solo de considerar el comic como un medio capaz por igual de divertirnos, de informarnos y de hacernos pensar. Basta con que este medio pueda, como cualquier otro ya sea cine, teatro o prensa, ser válido para una lectura responsable porque el lector así lo acepte y quiera recibir obras que no solo traten de buenos y malos, de aventuras exóticas, de superhombres, de humor, de freakies, de sexo o de simpáticos bichos antropoformes. Sino también y además obras que le hagan pensar...
Ésta puede ser precisamente la función mejor del texto autobiográfico o de la historieta que vuelve sobre los años perdidos, que recupera los recuerdos, lo que equivale a recuperar la infancia... sin que ello sea necesariamente nostalgia, sino, muchas veces, una sana terapia a través de la reflexión sobre nuestro pasado.
Más aún cuando la infancia ha sido desgarrada por la separación familiar, la soledad, el frío, el hambre, el castigo y el miedo. Me refiero a la infancia doliente de muchos niños españoles de la postguerra de la guerra civil española, para los que el dolor constituyó un proceso de aprendizaje.
En concreto la infancia de Carlos Giménez.
Y la de tantos niños más, que en aquellos años lúgubres vivieron y crecieron en una cárcel que se llamaba España.

Recuerdos de infancia, reflejos deformes...
Carlos Giménez Giménez nace en marzo de 1941. A los cinco años de edad es internado en el Auxilio Social de la Sección Femenina de FET y de las JONS. Su padre ha muerto al poco de su nacimiento, su madre se encuentra hospitalizada, muy enferma, sus hermanos mayores no están aún en edad de trabajar y la familia se dispersa (de hecho otro de sus hermanos, Antonio, irá también a parar a un centro de Auxilio Social). Durante ocho años y pico, casi nueve, Carlos Giménez permanece en los Hogares y Colegios de Auxilio Social. Allí se desarrolla su infancia, Como en un gueto, rodeado de otros muchos niños españoles a los que la resaca de la guerra civil llevó a depender de una caridad pública disfrazada de obra social del Estado.
El recuerdo de aquellos años queda en las historietas de la serie Paracuellos, sobre todo en las que forman los dos primeros libros. Cuando Carlos Giménez realiza Paracuellos (1976/77) está reflejando los recuerdos de sus propias vivencias infantiles en Auxilio Social. Pocas veces antes el comic español había reflejado de tal manera los años de la postguerra, y cuando lo hizo fue casi siempre en clave de humor (aquellas historietas y aquellos dibujantes de Pulgarcito de los años cuarenta...). Pero son contadísimos los casos anteriores en que un autor español había utilizado la historieta para mostrar su historia personal, y nunca con la extensión e intensidad con que Giménez lo hace para relatar los recuerdos de su infancia. El resultado es un libro de iniciación, una obra tremendista, panfletaria incluso, que roza los claroscuros solanescos, al borde casi de la tragedia, dejándonos memoria de aquel largo y oscuro invierno que los años cuarenta y cincuenta españoles fueron para muchos españoles.
Nada más errado que creer que Paracuellos es una serie de humor. No lo es en forma alguna. Y si en algún momento sonreímos al leer la pequeña aventura cotidiana de los niños acogidos sería más justo decir encerrados en los centros de Auxilio Social, es con una sonrisa de lástima. Porque si algo puede resultarnos simpático en las peripecias de aquellos niños, ello se debe a la nostalgia que siempre empaña los recuerdos. Pero se trata de recuerdos de una memoria agria y amarga.
Distingo entre memoria y recuerdos por creer que los segundos corresponden a un sentimiento vago y tocado de nostalgia por un tiempo que ya se fue. Lo que hace que muchas veces se encuentren sometidos a las trampas del propio tiempo pasado, que los convierte en reflejos deformes de lo que vivimos antes. Pudiendo ocurrir, incluso, que nuestros recuerdos nazcan de los recuerdos ajenos.
Por el contrario, la memoria, debiera ser la crónica de una realidad pasada que recuperamos. Y como tal encontrarse libre de adherencias sentimentales que puedan falsificarla. De donde memoria sería igual a testimonio y éste se presentaría con unos perfiles objetivos válidos para hacer historia desde dicho testimonio.
Por supuesto, esta distinción tajante entre recuerdos y memoria no es real ni válida, pues los recuerdos y la memoria suelen confundirse hasta el punto de que los primeros acaban por ser materia de la segunda.
Algo de todo esto hay que considerar para valorar la dificultad de la historia oral y el que sea tan poco objetiva cualquier autobiografía, máxime cuando la realiza un artista. Entonces se confunden vida y obra, dando lugar a un personaje que es el propio autor y al tiempo es otro: el protagonista de su narración.

Crónica de la vida real
Hay que creer que mientras desarrollaba Paracuellos, y según esta serie avanzaba hacia su final (la realización de la segunda serie de este título fue obra de 1980/81, mientras que los libros tercero y cuarto son muy posteriores), Carlos Giménez se planteó el proyecto narrativo de una obra total, que integrase los recuerdos y vivencias de su vida hasta el momento presente en que dibujaba.
Es así como en 1977 inicia la realización de Barrio en la revista El Papus, que pese a ser una obra muy diferente de Paracuellos no solo en su temática sino también respecto a las fuentes de la memoria, incluso en cuanto a las expectativas del autor, que ahora contempla su trabajo en el conjunto de una obra global planteada básicamente desde su propia experiencia vital, enlaza en una suerte de continuo narrativo con su peripecia vital de niño de la guerra.
Esta continuidad queda sintetizada en la primera historieta de Barrio, en un encadenado de imágenes que, como un trailer cinematográfico, resumen sintéticamente lo que aquellos casi nueve años de internamiento representaron en la vida del autor, y cómo marcaron a éste como un superviviente nato, tal y como ejemplifica la misma anécdota con la que concluye la primera historieta. Tanto importa que esta anécdota sea cierta o no, en todo modo ejemplifica el aprendizaje de las reglas que era preciso seguir para mantenerse y prosperar en el grupo social.
Ahora, tras tantos años, quemada la infancia y cerrada la experiencia de Paracuellos y el período de iniciación vital que implica, Carlos Giménez vuelve con su familia, madre y hermanos, a Madrid, y se reintegra cuando es ya un adolescente de casi 15 años a la sociedad civil, a la vida diaria de los años cincuenta españoles. Es aquí donde verdaderamente comienza Barrio.
Atrás queda una experiencia que ha marcado para toda su vida a este niño/joven y ahora comienza para él la vida de verdad. No porque la anterior fuese falsa sino por estar hipotecada por celadoras, curas y mandos de Auxilio Social y gobernada a toque de silbato. Ahora, arriba o abajo del año 1954, Carlos Giménez va a vivir la vida de verdad en un barrio popular, o sea humilde, de Madrid y va a poder elegir y decidir, y va a poder comer... hasta quitarse el hambre, lo que no es ninguna anécdota y sí un factor determinante de su nueva vida, junto con la opción a trabajar. Se inician así los que tanto vital como narrativamente en el comic serán los años de aprendizaje... del autor, que desembocarán en su formación como hombre. Y, más tarde, cuando la serie ya se ha cerrado narrativamente, en su primer trabajo como historietista con López Blanco.Recuperar el tiempo,
recuperar el pasado
En Barrio Carlos Giménez nos da la medida de su maestría como autor total de historietas, tanto en los contenidos como en el lenguaje, como guionista y como dibujante, hasta el punto de ser una de sus mejores obras. Y lo hace como cronista y como biógrafo de la que fue la vida real del adolescente Carlos Giménez, aquí protagonista, testigo y narrador de su propio pasado.
Sabiamente, el autor reconstruye, mediante una serie de historietas, que agrupa temáticamente el reencuentro familiar, el primer trabajo, la vida de barrio, los amigos, los primeros noviazgos..., distintos momentos y experiencias de su propia vida, para mostrarnos a través de ella, en una sucesión de cortes, la sociedad real y la historia del día a día de aquella España de postguerra, de aquel Madrid de la segunda mitad de los años cincuenta, cuando aún existía una cultura popular de la calle y el barrio. Son esas historietas que aparentemente no cuentan nada y que en realidad nos muestran la vida diaria de las gentes diarias que hacen la historia silenciosa de un país. De ellas hay que destacar Una mañana de domingo, una de las mejores historietas de este libro, por ser la que resume todo lo que Barrio supone y la que mejor muestra lo que Carlos Giménez es capaz de hacer: nada menos que... recuperar un tiempo perdido.
Y es que a través del ejercicio de la memoria el autor logra plasmar en Barrio la representación gráfica del paso del tiempo mediante gestos y silencios, palabras banales y detalles, con los que ejemplifica el crecimiento del protagonista, por la evolución gráfica del modelo físico en cara, gestualidad, peinado, ropas... y su evolución sicológica por el desarrollo de su personalidad y la creciente desenvoltura de sus comportamientos. Hasta llegar a mostrar el transcurso del tiempo mediante detalles de total sutilidad, como es que el niño que en Paracuellos leía y copiaba los dibujos de El Cachorro sea ahora ya, en Barrio, un adolescente que copia y dibuja tomando por biblia y modelo El Capitán Trueno. El tiempo pasa...
Y lo hace plácidamente, hasta que, de golpe, varias veces, el autor rompe bruscamente el moderato de la serie con un estrepitoso acontecimiento que sacude la sensibilidad del adolescente protagonista y nos recuerda una y otra vez cómo aquella aparente placidez estaba siempre a expensas del poder y la fuerza de los vencedores de la guerra. Y ahí están para muestra historietas como Camisa azul o, más sutil, La chabola, hasta la brutal historia de Bernardo, con la que el autor culmina el libro volviendo al origen y enlazando con la violencia de su infancia en Paracuellos. Se cierra así un círculo y la serie empieza y acaba en el mismo punto a través del crecimiento de niño a hombre de aquel Carlos símbolo de tantos otros españolitos que crecieron en un país marcado por el miedo, cuando resistir era vencer.
El paso y el peso del tiempo es un factor determinante en la concepción y realización de Barrio, obra que Carlos Giménez construye sobre la memoria de su adolescencia, clara y precisa, y de las historias de las que fue protagonista o testigo de excepción.
Así, Paracuellos queda como una obra coral, en la que el protagonista es a la vez uno y muchos (no es involuntario ni casual que el personaje central de dicha serie tan pronto se llame Pablo o García-García o Giménez o Carlos, siendo todos simples alter egos del autor, que reúne en sí mismo las vivencias comunes de aquellos años), y las historias son fruto de la memoria colectiva de todos aquellos niños de Auxilio Social, memoria deformada por el paso del tiempo y la fugacidad de los recuerdos de infancia, hasta el punto de que el Carlos Giménez autor fuerza el dramatismo y la mediocridad, real, de las vivencias del Carlos Giménez niño hasta límites que en ocasiones rondan el terror.
Mientras que Barrio es en cambio una obra personalizada basada en la biografía del autor, una de las pocas y escasas historias biográficas que el comic español ha dado, quedando como una obra fundamental en nuestra cultura, tanto por su reflejo de una España muy concreta, como por su condición de comic autobiográfico y testimonial en un país al que han querido hacer olvidar su pasado y lo que aquí ocurrió...
Antonio Martín