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Entrevista
realizada por Antonio Trashorras y David Muñoz y publicada
en el número 9 del fanzine "U. El hijo de Urich"
(marzo de 1998).
Resulta harto complicado hablar, escribir con frialdad y contención
de Carlos Giménez cuando se ha pertenecido, como es nuestro
caso, a cierta generación de aficionados españoles a
la historieta cuyos ojos comenzaron a abrirse a las fastuosas posibilidades
dramáticas y expresivas del medio gracias, por ejemplo, a trabajos
suyos corno Hom, Koolau el Leproso, Erase una vez en el Futuro o Paracuellos,
obras todas ellas fundamentales en el desarrollo lingüístico,
temático y conceptual de la narración gráfica
autóctona, sólidas piedras angulares sobre las que descansa
buena parte del (hoy por desgracia ya casi deshabitado) edificio del
cómic para adultos en nuestro país. En la pétrea,
obstinada e incombustible figura autoral de Carlos Giménez
confluyen toda una serie de elementos, vivencias y etapas históricas
que lo convierten en una referencia única en nuestra industria
tebeística. Dibujante puntilloso, esforzado y (aunque él
se resista a reconocerlo) genial; narrador visual (y esto ya sí
lo acepta con diáfano orgullo) estudioso e inquieto, humorista
tan explosivo como agrio, documentalista feroz, machacón geómetra
de la tristeza y el patetismo, el autor de ese homenaje a la profesión
titulado Los Profesionales ha dejado durante cuatro décadas
de inquebrantable dedicación a este cada vez menos frecuentado
Noveno Arte algunas de esas planchas irrepetibles, de esos momentos
gloriosos, de esas perlas negras de pura emoción hecha imagen
estética (la muerte de Koolau, la joven guardadora dándole
un beso a Pablito a cambio de la peseta que necesitaba para echar
una carta, aquel anciano luchando silenciosamente consigo mismo hasta
lograr extender la mano para mendigar por primera vez...) que justifícan
por sí solas la adhesión y el amor a. este medio.
Conjugando una templada, serena afabilidad con una visceralidad y una
pasión que, aun domesticada la mayor parte del tiempo, se adivina
desbordante y tormentosa a poco que se rocen según qué aspectos
de su vida y obra, Giménez es un entrevistado experimentado y lucido,
empeñado (incluso podríamos decir obsesionado) en hacerse
entender, en evitar concesiones y ambigüedades de juicio, y que esgrimiendo
un medidísimo autocontrol (fruto de muchas, muchísimas entrevistas
e irrupciones en su biografía) sólo expone, muy de vez en
cuando, algunas de sus cicatrices profesionales y personales.
Autor-símbolo como pocos, creador de estatura objetiva y relevancia
histórica en absoluto menor a la de ese reducido ramillete de leyendas
historietistas a escala mundial (sí, sí, los Eisner, Giraud...
esos) que gozan, ahora más que nunca, del reconocimiento por toda
una carrera sobre el tablero de dibujo a un nivel envidiable, Carlos Giménez
merecía, hoy con más razón cuando la vía abierta
por sus mejores trabajos parece semiabandonada, una de esas miradas en
profundidad que U suele dedicar a los pesos pesados que están a
tiro... y se dejan. Era de justicia.
Naciste
en Madrid el 6 de Marzo de 1941 y muy pronto ingresaste internado
en un hogar de Auxilio Social ¿Cuales fueron las circunstancias
que te llevaron a ingresar allí?
Mi padre murió cuando yo era muy niño y mi madre trató
de aguantar con nosotros hasta que se cogió una tuberculosis.
Tuvo que ingresar en un sanatorio y los hijos tuvimos que repartirnos
como buenamente pudimos. Mi hermano Antonio y yo fuimos a parar a
un colegio de Auxilio Social. Yo no había cumplido todavía
los seis años cuando entré en el colegio Bibona, que
estaba en el Puente de Vallecas. Era un casón con jardines
y tenía la pared cubierta de hiedra. La hiedra tenía
unas bolitas negras que decíamos que eran venenosas, no se
si las llamábamos uvas del diablo. "No te lo comas",
decíamos, "Que si te lo comes te mueres".
¿Qué
función cumplían entonces los colegios de Auxilio Social?
Allí se reunían niños de la más diversa
procedencia.
Los colegios de Auxilio Social eran los colegios de caridad, no nos
olvidemos que estamos hablando de los años cuarenta. Se acababa
de terminar una guerra y había muchos hogares rotos, muchos
hijos sin padre, muchos padres en la cárcel o que simplemente
tenían problemas económicos que les obligaban a tener
sus hijos en algún sitio. El estado que había ganado
la guerra, el estado franquista, había montado unas instituciones
de corte falangista donde la educación era muy de la época:
los pilares eran básicamente mucha religión y mucha
instrucción militar. Era aquella vieja frase de hacer niños
para que el día de mañana fueran mitad monjes mitad
soldados. Éramos niños falangistas que funcionábamos
a golpes de corneta, desfilábamos y hacíamos la gimnasia
en plan militar. Era como un pequeño cuartel.
Contigo la instrucción no funcionó. No te hicieron ni
monje ni soldado.
No, pero la mili tampoco. Recuerdo que una vez, haciendo la mili,
me paró un subteniente cuando salía del cuartel diciéndome
"Un momento, un momento, aquel, ¿donde va aquel?".
Me para, me mira, y el caso es que mirándome se dio cuenta
de que estaba bien, "Coño, tiene usted el pelo bien cortado,
el cuello abrochado, las botas limpias...pero no parece usted un soldado,
¡parece usted un paisano disfrazado de soldado!" (risas)
Y es que lo militar nunca me ha funcionado mucho.
Los
niños de Auxilio Social pasabais de un colegio a otro. Tu estuviste
en varios hogares, el "Batalla del Jarama", el "General
Mola", el "Joaquín García Morato"...
Si, yo entré a los seis y salí antes de los catorce.
Aunque podría haber seguido allí hasta los treinta,
porque la cadena de hogares de Auxilio Social abarcaba todas las edades.
Podías entrar en un "hogar cuna" siendo un bebe y
salir ya a trabajar con un oficio aprendido o para casarte.
¿A
esa edad un niño acumula ya rabia contra un entorno como ese
o la desarrolla más tarde?
Yo no creo tener rabia. Cuando escribo sobre los colegios no hago
hincapié en los elementos que no me interesan, por la sencilla
razón de que sino terminaría haciendo una cosa de propaganda
en lugar de una cosa crítica, que es lo que pretendo. Pero
eso no quiere decir que en la introducción de los álbumes
no hable de otros aspectos de los colegios y no solo de la gente mala.
Siempre cito a unas guardadoras que había en Paracuellos o
a un maravilloso jardinero que recuerdo con mucho cariño.
El
álbum se lo dedicas a algunas personas que te tenían
"jamao", que era como decías los niños del
colegio cuando alguien os mimaba un poco.
Si, me daban un mejor trato y algo de comida. Y, concretamente la
señorita Alicia me prestó libros en alguna ocasión.
En
uno de los colegios conociste a Adolfo Usero, que luego sería
dibujante también contigo en la agencia Selecciones Ilustradas.
Adolfo y yo somos amigos desde entonces, desde los ocho años.
Allí conocí a más gente de la profesión
como al guionista Manolo Yañez.
Aquello
fue un nido de historietistas.
Si, no es raro. Ten en cuenta que allí de las pocas cosas que
llegaban al colegio con una cierta asiduidad eran los tebeos de la
época: El Guerrero del Antifaz, Purk el Hombre de Piedra, El
Espadachín Enmascarado, El Cachorro...y los tebeos eran una
cosa muy importante. No solamente eran la lámina de dibujo,
eran también el libro de lectura, los conceptos de geografía
que teníamos los sacábamos de allí, nuestra moneda
de cambio eran los tebeos.
Como
los cigarrillos en la cárcel.
Exactamente. El que tenía tebeos tenía poder, porque
podía favorecerte dejándotelos. Los tebeos eran también
nuestra fuente de argumentos a la hora de jugar a las aventuras, a
falta de cine o de mejores lecturas. "Mejores" no se en
que sentido porque los tebeos eran una lectura maravillosa para nosotros.
El
creador de el Cachorro, Iranzo, es uno de tus primeros ídolos.
¿Erais consciente de quien era cada dibujante? ¿Diferenciabais
entre los estilos de unos y otros?
Si, ya lo he contado en alguna historieta. Yo llegué a comprarme
no se cuantos tebeos de la colección de El Cachorro.
Era
la historieta aquella en que te los quemaba una profesora.
En realidad no me los quemaron. Me quemaron otra vez otros tebeos
pero no esos, esa es la diferencia entre la realidad y las historietas.
Fueron quemados otros exactamente igual de queridos.
Iranzo para mi era ese dibujante que te gusta más que ninguno,
por encima de todos y con el que te identificas. Estos tebeos no es
que solamente me los hubiera leído, es que me los sabía
de memoria. Una de las cosas que hacíamos, yo quizá
más con El Cachorro, era coger un tebeo cualquiera, tapar toda
la página menos un trocito y, a la vista de ese trocito, saber
qué página era y de que tebeo. Otra de las cosas a las
que jugábamos, por que los tebeos daban mucho de si en cuanto
a juego, era a hacer retahílas de títulos sin equivocarte.
Decías "A ver, Purk el hombre de piedra", "Hostias,
solo me se tres", "Pues has perdido", "Pero de
Roberto Alcázar y Pedrín me se los 312 seguidos"
"¿El guerrero del antifaz?" "Ehhh...El torneo
del odio, Frente al peligro, Olían el feroz...", no se
si los estoy diciendo por orden o no, ibas, el 22, el 23, el 24, y
en cuanto te equivocabas te decía el otro "¡No,
te has equivocado!".
Por
entonces ya dibujabas historietas. ¿Copiabas a Iranzo?
Yo lo que no había descubierto en aquella época es que
se podía hacer historietas copiando, eso lo descubrí
cuando me acerque al mundo profesional (risas). Vi que era lo que
hacíamos no los niños, sino Los Profesionales. Yo cuando
copiaba a Iranzo lo utilizaba de lámina de dibujo. Me copiaba
una portada entera, con el precio y todo, de Rayo Kid o de El Cachorro.
Pero no copiaba cuando hacía los tebeos. Uno de ellos se llamaba
Miguel el Valiente, ni que decir tiene que se llamaba Miguel porque
El Cachorro se llamaba Miguel, y era un grumete porque El Cachorro
era un grumete, pero no lo copiaba, lo dibujaba de memoria. Alguno
de esos tebeos se publicó en la revista Un Hombre Mil Imágenes.
Si,
salían páginas de un western, El terror de Wosley, con
caballos y todo, ¿ni siquiera copiabas los caballos?
¡Esos caballos así dibujados no podían estar copiados!
(risas)
Ahora estoy retomando Paracuellos y una de las cosas que hago es que
el personaje, Pablito, dibuja tebeos, y la colección que dibuja
es El jinete de la muerte, con Wosley, y con esa ortografía,
con palabras de seis letras con cinco faltas de ortografía.
¿Qué
es lo que te fascinaba de Iranzo?
No puedo explicar que es lo que me fascinaba entonces de Iranzo. Luego
con el tiempo me he dado cuenta, cuando he mirado sus páginas,
de que era un maravilloso narrador, posiblemente un narrador que ni
él mismo sabía lo bueno que era. Si alguna vez queréis
hacer una prueba de lo buen narrador que era, cogeros un cuaderno
de Rayo Kid, el penúltimo de la colección, que se titula
Rayo Kid llega a tiempo. Es una carrera entre Rayo Kid por un lado,
y, por otro, los indios malos que van a volar una presa para que el
agua ahogue al ejército o a los indios buenos, no recuerdo.
Hay una narrativa muy bonita. Es verdad que era una narrativa muy
abrumada por los textos, como los tebeos de la época eran muy
cortitos los textos tenían que ser más exhaustivos para
que te durase un poco la lectura. Pues hay una serie de enfoques de
un cinematográfico, bueno, digo cinematográficos por
darle este regalo al cine, porque igual podíamos decir que
el cine hace enfoques historietistícos, pues estaban lo indios
vistos desde arriba, vistos desde abajo...y dices: ¡que bien
contado está esto! ¿Y como es que este hombre, que posiblemente
jamás se paró a pensar lo que era la narrativa, lo hiciera
tan bien? Lo que pasa es que Iranzo tenía una concepción
muy clara y natural de como se contaba un tebeo. Sus dibujos eran
algo burdos, pero al mismo tiempo sus personajes estaban muy bien
caracterizados, nunca confundías a un personaje con otro, sus
dibujos tenían mucho movimiento, su prosa era muy folletinesca
y los diálogos eran muy divertidos. Nadie ha dibujado jamás
los barcos como Iranzo, siendo el barco una cosa muy difícil
de dibujar. Puestos a buscarle un paralelismo, por ejemplo Blasco
ha sido a la historieta española lo que Alex Raymond ha sido
a la historieta americana, una gran dibujante clásico, pues
Iranzo quizá ha sido algo más, un escalón más
le doy yo, de lo que Chester Gould ha sido en la historieta americana,
un dibujante que no va tanto a dibujar muy bien como a contar las
cosas, a tener una buena narrativa.
¿Sigues
estando en contacto con los compañeros de la escuela?
Si, hace poco estuvieron algunos amigos contándome historias
para que las grabara.Los álbumes de Paracuellos son el mejor
documento que se puede utilizar para conocer como eran los colegios
de Auxilio Social.Es lo que pretendía en su momento, que se
conociera lo que había ocurrido.
PRIMEROS
PASOS EN LA PROFESIÓN
Al
volver a casa alrededor del año 56 empezaste a trabajar como
chico de los recados en un taller de restauración y decoración.
Si, era un taller que me habían buscado mis primas, en el que
se decoraba porcelana y se hacían biombos chinos, se restauraban
cosas...
Y
aparte de los tebeos ¿escuchabas los seriales de radio de la
época? ¿Ibas al cine?
En el taller donde yo trabajaba escuchábamos los seriales de
la época, que eran El amo, Los hombres buenos...pero nunca
he sido muy aficionado a los seriales, quizá el de Los hombres
buenos me gustaba más porque era de tiros. Recuerdo que oía
las radio sobre todo por la noche, los programas de Gila, al Zorro,
que era otro humorista. El cine me ha gustado y me sigue gustando
mucho y he ido al cine todo lo que la economía permitía.
Procuraba ir al cine una o dos veces por semana, hasta que descubrí
a las chicas y entonces a veces dejaba de ir al cine para salir con
ellas.
Tu
primer contacto con la historieta fue Manuel López Blanco,
que dibujaba Las Aventuras del F.B.I para editorial Rollán.
Yo seguía haciendo tebeitos en casa, ahora más influidos
por Ambrós. Recuerdo que cuando hice los dibujos que llevé
a la editorial Rollán estaba ya pensando más en Ambrós
que en Iranzo. A Ambrós lo conocía desde el colegio.
Conocía El jinete Fantasma y Chispita. El jinete de la muerte
que yo hacía era un remedo de El Jinete Fantasma de Ambrós.
Pero a El Capitán trueno no lo había conocido en el
colegio. Cuando salí del colegio me puse a trabajar y un día
me compré un tebeo que había allí en un escaparate,
que era un tebeo al que ya había echado yo varias veces el
ojo, y resulta que me compré un tebeo de El Capitán
Trueno, que fue el primero de El Capitán Trueno que yo leí,
que se titulaba Horror a la Horda, y era un tebeo en el cual se contaba,
entre otras cosas, que unos egipcios habían fallado en una
misión, unos lacayos, y los momificaban vivos, entonces había
unas viñetas espeluznantes de aquellos hombres medio atados
por las vendas mientras otros sádicos y fuertes los estaban
empujando...y era una cosa tan horripilante y tan emocionante que
dije yo "Joe, que bien dibuja este tío". Ambrós
ha sido un dibujante maravilloso, maravilloso, que capacidad de síntesis...
Cuanto se puede aprender de Ambrós.
Te
presentaste en el estudio de López Blanco con la carpeta.
Si, yo tenía una amigo en el barrio que su padre trabajaba
en la Editorial Rollán, "¿Tu padre trabaja en Editorial
Rollán?" "Si" "Ostras tu, porque no hablas
con tu padre y tal...?" Total, que éste dijo: "Mira,
ha dicho mi padre que cojas tu carpeta y que vayas allí y preguntes
por Manolito Rollán, el hijo del dueño, que era como
se le llamaba cariñosamente porque era un chavalito que todavía
no había hecho la mili. Total, que yo llegué a enseñar
mis dibujos y Manolito me recibió, los vio y me dijo "Pues
nada, vete a casa de Manuel López Blanco". A todos los
niños que llegaban por allí diciendo que querían
dibujar los mandaban a casa de López Blanco. Y allí
en casa de López Blanco conocí a otros dibujantes como
a Esteban Maroto, a Luis Muñoz, que es un publicista estupendo
y un maravilloso pintor, a Félix Cascajo...
En
un artículo que escribiste en la sección que tenías
en la revista Zona 84, describiste así lo que sentiste viendo
dibujar a López Blanco: "A mi aquello me parecía
magia; me hizo un sitio en su mesa de trabajo y me invitó a
que yo también dibujara. Yo estaba tan emocionado, tenía
tal estado de nervios, qué empezó a dolerme el estómago".
Si, para mi conocer a López Blanco, un dibujante "de verdad",
fue mi fuerte. Los nervios hicieron que tuviera un dolor de tripas
tremendo, pero no dije ni mu, porque hubiera supuesto que López
Blanco hubiera dicho "Hombre, pues no estés así,
vete a casa chaval". Me lo aguanté con tal de poder estar
un ratito más a su lado. López Blanco ha sido un hombre
muy importante para mi, no solamente porque me enseñase cosas
de dibujo, sino porque además era un "maestro" en
el sentido clásico de la palabra, que te enseña no solamente
una profesión sino a vivir. Yo podía hablar con él,
le contaba mis cosas personales y ni se reía ni le parecían
tonterías y me daba soluciones que a mi me servían mucho.
Entonces
empezaste a trabajar como ayudante suyo.
A hacer ese arbolito que había que poner en la viñeta,
a recuadrar...en fin, en la medida que iba aprendiendo iba haciendo
ya el arbolito y el trocito de coche también, y esa sombra...
completando algunas viñetas.
Es
cuando descubres a los clásicos americanos.
López Blanco tenía cosas, aunque era un hombre que dibujaba
de memoria, sin casi ninguna documentación. Pero más
que nada lo que tenía López Blanco eran unas paginitas
de Johnny Hazard. Iranzo es a mi infancia lo que Frank Robbins a mi
juventud. Aquellas páginas hicieron que me diera un vuelco
el corazón. En esta casa uno de los pocos cuadros que tengo
son unas viñetas enmarcadas cogidas de algún tebeo de
Robbins. Es uno de los mejores dibujantes que ha habido en la historia
de los comics, no es de los más famosos, pero los gourmets
sabemos de lo que estamos hablando.
Hubo
una época en la que cuando se hablaba de Robbins se decía
erróneamente que era un Milton Caniff menor.
Lo que pasa es que de Robbins las pocas veces que se ha intentado
publicar Johnny Hazard se ha empezado por el principio y las páginas
de cuando empezaba eran muy malas, como las de cualquier dibujante
principiante. Cuando empezaba a ser bueno tenían que cerrarlo
por que no se vendía. No es cierto que fuera un Milton Caniff
menor, pero siempre hay aquella cosa de que nunca las segundas partes
fueron buenas. Robbins salió después, pero no solo la
obra de Robbins no es peor que la de Milton Caniff sino que puedo
demostrar sobre el papel, viñeta por viñeta, que Robbins
superó con creces a su maestro, que no olvidemos que Caniff
fue su maestro. Si imitar a otros cuando empiezas quita méritos
al autor entonces tendríamos que quitárselos a Moebius
por haber imitado a Jije y a tantos otros.
Tu
primer trabajo en solitario fue continuar la serie policiaca de tiras
de prensa Drake & Drake.
Antes dibuje Curiosidades, una cosa que me buscó López
Blanco. Eran unos cuadritos con anécdotas tipo "los caballos
duermen de pie con un ojo abierto...", la clásica serie
que ha habido siempre en los tebeos. En el Pulgarcito había
quizá el precedente de todos esto, que era en broma y se llamaba
Aunque le cueste creerlo.
¿Te
ganabas la vida con aquello?
Si, bueno, me ganaba la vida como se la gana un principiante. Si me
ganaba la vida cuando trabajaba en el taller de Sarmentero y ganaba
un duro diario...
En
tus primeros años trabajabas siempre sobre guiones ajenos.
En la época de Curiosidades me buscaba yo los temas. En Drake
& Drake al principio los guiones los hacía José
Mallorquí, y luego los siguieron otros. Es un trabajo muy de
principiante, muy flojo, me costaba mucho trabajo hacerlo.
Pero
para la edad que tenías era un trabajo muy profesional.
Si, yo trabajaba mucho. Siempre he sido un dibujante honrado.Trabajador.
Que no es lo mismo que ser brillante. A lo largo de mi vida siempre
que he enseñado una páginas a mis compañeros
o a mis amigos muy pocas veces han dicho "¡Oh! ¡Que
maravilla! ¡Que bonita es!, ¡Que bien hecha está!",
no, todo el mundo ha dicho "¡Que limpio!" (risas),
soy un dibujante limpio, honrado y meticuloso.
LOS
PROFESIONALES. LOS AÑOS DE AGENCIA.
En
1963 empiezas a dibujar un western, Gringo, con guiones de Manuel
Medina.
Gringo si que creo que es mi primera obra. Drake & Drake lo habían
empezado José Carlos y Pizarro, que eran dos dibujantes de
los que yo por separado fui ayudante. Nunca lo supe hacer, al final
las caras las tenía que pegar... Luego hice algunas historias
de otro western que se llamaba Buck Jones para la agencia de José
Gallardo y un par de cuadernos de guerra para Maga con guiones de
Jarber, el mismo guionista de Diego Valor, una cosa muy mal dibujada.
Gringo fue el primer personaje que hice como quería. Era rubio
porque había decidido hacerle rubio, tenía pecas, que
la mitad de las veces me olvidaba luego de dibujárselas, porque
yo lo había decidido y, bueno, es verdad que es una historieta
que nadie puede decir que está dibujada por un dibujante con
mucho talento, pero si que está dibujada por alguien que lo
hacía con mucho cariño, con muchas ganas de hacerlo
bien y de aprender, y quizá eso hizo que Gringo fuera una historieta
de éxito, se vendió muy bien y se publicó en
muchos países, Josep Toutain, que era el dueño de la
agencia para la que trabajaba, Selecciones Ilustradas, estaba encantado
con esta serie.
Gringo
te pilló haciendo la mili.
Lo hice estando en la mili. Dibujaba páginas en el cuartel.
Era un cuartel muy especial, se llamaba la jefatura de transmisiones,
era pequeño y solo había despachos con tres o cuatro
soldados en cada sección. Se iba solo por la mañana
y no había servicio de armas. En mi sección, la verdad
es que mis superiores, que eran un alférez y un teniente de
los que tengo muy buen recuerdo porque eran gente muy maja, nunca
tuvieron ningún interés en putearme y no pusieron ningún
inconveniente a que yo trabajara allí cuando no había
otra cosa que hacer.
Entonces
ya te habías ido a Barcelona a trabajar en Selecciones Ilustradas.
¿Como decidiste irte para allá?
Lo de Gringo lo empece a hacer para Toutain sin haber visto todavía
a Toutain. Manolo Medina, guionista de Gringo, era un hombre de Toutain
y vino a Madrid a montar una sucursal de la agencia Selecciones Ilustradas
en Madrid para captar a los dibujantes de aquí. Manuel cogió
un piso en la calle Hileras, donde se ven unos tejados muy bonitos
del Madrid viejo que salen en una historieta de Gringo porque yo le
pedí a Manolo que me dejara meterlos. Un día Toutain
me invitó a ir, en aquella época en la que Toutain invitaba
a ir. Me pagó el viaje y el hotel y me daba 200 ptas. diarias
para mis gastos.
Era
un potentado de la época.
200 ptas. era lo que costaba irse de putas. Yo me fui, posiblemente
las pocas veces de mi vida que me he ido de putas, pues me fui con
las primeras tres veces que me dio el dinero Toutain. Luego no he
sido un hombre que haya frecuentado mucho eso.
Toutain
era un cazatalentos. Él ya te había echado un ojo.
Si, una vez que conocí Barcelona me di cuenta de que para guisar
hay que estar en la cocina. Allí estaban las editoriales, las
agencias, y, sobre todo, allí estaban los otros profesionales
de los que tu podías aprender. En Madrid siempre ha habido
unos profesionales con una base de dibujo mucho más sólida
que la de los dibujantes catalanes. Dibujantes de Madrid como eran
Pepe Pizarro, Bielsa, Ata, Santiago Martín Salvador, todos
estos dibujantes eran más clásicos, más sólidos.
Pero los dibujantes catalanes, Miralles, Pepe González, Felix
Mas, tenían una cosa, una gracia, eran más modernos.
Una chica de Pepe era más guapa que todas las chicas que podía
dibujar cualquiera, y sus chicas vestían de forma más
moderna.
Barcelona
era una ciudad más cosmopolita.
Era más moderna, los dibujantes trabajaban para revistas de
actualidad, juveniles. Y yo me di cuenta de que allí podía
aprender muchísimas cosas. Además, trabajando desde
Madrid para Selecciones Ilustradas cobraba cuando cobraba y a veces
estaba sin dibujar porque no tenía guiones, y me di cuenta
de que estando allí me iría mejor, cuando quería
un guión solo tenía que pedirlo y a la hora de cobrar
solo tenía que ponerme en la fila el día que se pagaba.
En
Los Profesionales, la serie de álbumes que empezaste a dibujar
en 1982 sobre las cosas que les pasaban a los dibujantes de las agencias
en Barcelona, cuentas que Usero ya estaba allí cuando llegaste
tu.
Si, Adolfo se había ido antes que yo. Pero ya habíamos
estado alguna vez. A Barcelona nunca te vas de una vez. Hubo varios
intentos de ir y volver.
Una
vez en Barcelona dibujaste también historietas de romance.
Hice algo, pero me gustaba tan poco hacerlo...sufrí mucho.
Recuerdo que hice una historieta de 64 páginas estando en Madrid
y, además de que quedó una cosa muy feita, me costó
mucho trabajo hacerlo y sobre todo, se me atrancaba. No podía
dibujarlo. Me quedaba horas con la página delante y no era
capaz de ponerme a dibujar. Tardé muchísimo. Mi temperamento
nunca ha sido bueno para hacer historietas de romance.
En
Los Profesionales cuentas con humor el ambiente que se respiraba en
Selecciones Ilustradas. Parece que los dibujantes no tenían
muchas inquietudes.
En ese aspecto echaba de menos Madrid. Todos mis maestros eran gentes
de un nivel cultural muy superior a los dibujantes que yo me encontré
en Selecciones, lo que no quiere decir que en Madrid no hubiera dibujantes
más incultos de los que yo conocí en Barcelona y viceversa.
Por ejemplo, Zata me enseñó a escuchar música
clásica, me descubrió a Beethoven, José Carlos
me enseñó a Lorca, "Tu te ha dado cuenta",
me decía, "De cuando dice por un angosto sendero
de cristales y laureles´, pues mira, cristales se refiere a
los charcos que hay en el suelo y los laureles son el verde..."
"Ah si, ahora si lo entiendo", y que te voy a decir yo de
López Blanco. Había un nivel cultural más alto,
con más pretensiones, habían leído más.
Pero en Barcelona se ligaba y se follaba más (risas). En la
parte artística yo recuerdo haber visto a Manolo Zata demostrando
sobre el papel si la anatomía de un dibujo funcionaba bien
o no y porque. En Barcelona había otro concepto, lo que preocupaba
no era la anatomía o la perspectiva, sino ser moderno, como
es un pelo bonito y sobre todo como hay que pasarlo a tinta, cosas
como los estampados de la ropa. Los personajes de romance eran unos
personajes que vestían de puta madre, con ropas modernas, con
unos pantalones de campana cojonudos.
En
Selecciones os reunisteis una serie de dibujantes que en aquel momento
estabais haciendo historietas de encargo. De ese grupo, al pasar los
años salieron muchos dibujantes con vocación de autor.
En Selecciones nos hemos formado muchos dibujantes: Maroto, Usero,
Fernando Fernández, Beá, que era un niño que
por entonces tenía catorce o quince años...Todos estos
dibujantes, que luego hemos sido profesionales, no hubiéramos
podido quizá haber sido los dibujantes que hemos sido luego
de no haber existido Selecciones Ilustradas. Era un buen caldo de
cultivo para romper las primeras lanzas, pero también es cierto
que si hubiéramos seguido en Selecciones Ilustradas y no hubiéramos
abandonado la agencia en el momento que lo hicimos tampoco hubiéramos
sido el autor que luego fuimos. Cuando Beá empezó a
hacerlo bien, de acuerdo a su personalidad y a sus criterios y a tener
éxito, fue cuando ya no estaba en Selecciones Ilustradas. Yo
igual. Selecciones ilustradas era muy castrante, "Es que el editor
quiere que no haya figuras de espalda, que todas sean de frente, que
no haya figuras de perfil, este otro editor quiere que no haya rayados",
y luego Toutain era un hombre enamorado de Milton Caniff. Te decía
"Hombre, pero Caniff lo habría hecho primero viéndose
la pierna de la chica" y tu "No soy Milton Caniff, primero,
porque no se dibujar como Milton Caniff porque no tengo su talento
y segundo porque no lo quiero hacer como él, me gustaría
hacerlo como yo quiera". La única forma de hacer las cosas
que éramos capaces de hacer fue yéndonos de Selecciones.
Yo desde hace muchos años me gano la vida haciendo cosas en
las que predomina el humor, historietas que a pesar de lo trágicas
que son tienen una parte cómica muy importante. Pues cuando
yo le llevé a Toutain mis primeros dibujos de humor, imitando
un poco a Jack Davis, los miró y me dijo "Mira Carlos,
ni yo he nacido para boxeador ni tu para humorista". No te dejaba
ninguna posibilidad. Toutain ha sido muy bueno a la hora de buscar
trabajo pero muy malo a la hora de permitir que se desarrolle eso
que tu llevas dentro.
Leyendo
Los Profesionales haces un retrato de Filstrup, de Toutain, bastante
cariñoso.
Si, ese sentimiento por Toutain también existe.
Era
el jefe y os hacíais putadas pero era casi como una figura
paternal.
Si, en algunos aspectos si. Pero ten en cuenta que la vida es muy
larga y que el Toutain de treinta años no era el mismo que
el de sesenta. Entre otras cosas porque el Carlitos Giménez
de 25 años no es el mismo que el de 45, que ya tiene una mala
leche que se le sale.
¿Pero,
cómo era realmente trabajar con Toutain?
Toutain se imaginaba lo que tu ibas a dibujar o ibas a escribir. Recuerdo
cuando yo le llevé Paracuellos, después de estar un
tiempo fuera de Selecciones, "Toutain, tengo unas cosas que he
hecho y te las quiero enseñar", "Ah, muy bien, estupendo",
debía de pensar que le llevaba un Delta 99 o algo de ciencia
ficción, y de pronto le pongo en las manos lo de Paracuellos,
que eran unos cuadritos pequeñitos con unos niños. Lo
miró así, cómo el que mira una mierda, abrió
el lote de hojas por varios sitios como pensando: "esta es una
página que está aquí por error pero las otras
deben ser buenas", y cuando vio que todo era lo mismo me lo devolvió
enseguida, como si quemase, y yo me acuerdo que ingenuamente le dije:
"Bueno, es que hay que leerlo", y me contestó: "¿No
tienes otra cosa?". Y esa fue la reacción de Toutain con
Paracuellos, y mira por donde Paracuellos tuvo mucho éxito.
Un éxito relativo, los éxitos que yo he podido tener,
se publicó en Francia y tuvo cierta repercusión. Y entonces
la segunda parte de Paracuellos estaba dispuesto a publicarla, porque
los franceses ya habían dicho que era muy bueno. Coño,
pues la primera igual ¿no? Toutain en muchas cosas fallaba
mucho, tu le ibas con Paracuellos y te salía "¿Y
por que no haces mejor por ejemplo un tío que se está
afeitando y de pronto la maquina eléctrica se convierte en
una serpiente y le envuelve? ¡Te doy la idea!" y decías
"¡A mi no me la des, que no la quiero! ¿Cuando me
has visto a mi dibujando una idea así?". A cambio Toutain
tenía ese toque de romanticismo que hacía que pudieras
estar hablando con él de tus ilusiones, que aunque también
es cierto que luego a la hora de ponerlas en práctica la pela
es la pela, le convertía en un editor diferente.
¿Más idealista?
Yo no llamaría a Toutain idealista porque no creo que lo haya sido
nunca. Era un editor romántico, pero no idealista. En una entrevista
hace poco me preguntaban si Toutain era altruista, y no, no lo era en
absoluto. Lo que si era era soberbio. Cuando hizo la historia de los comics,
por ejemplo, sabía que con aquello lo más probable era que
perdiera dinero, pero dijo "Voy a hacer yo precisamente la historia
que nadie se ha atrevido a hacer porque se pierde dinero con ella".
Y perdió dinero. Toutain en cierta ocasión me dijo "Van
a hacerme una entrevista esta tarde los de la revista Elle y entonces
les voy a decir que me hagan una pregunta: Toutain, ¿qué
son los comics?, porque ya tengo la respuesta. La respuesta es:
los comics soy yo" (risas). No se si os acordáis
que hay un número de Zona 84 que Toutain se dedicó a si
mismo. ¿Qué quieres que te diga? Es de sonrojo. Le gustaba
mucho ser el protagonista. Eso le llevaba también a querer ser
el mejor, a querer ser diferente y a tener una personalidad. Indudablemente
fue un hombre que inventó mercados y caminos que luego han seguido
otros, y posturas y actitudes que luego le han imitado. Yo siempre cuento
una historia como ejemplo de lo que era Toutain, y de lo que son las demás
editoriales españolas. Hace poco, en un salón del cómic,
una amiga mía dibujante me pidió que la acompañara
a ver a un editor japonés, porque buscaban dibujantes. La acompañe
y allí en el stand había cuatro o cinco personas, muy educadas
y muy atentas a su clientela, y ella se acercó con su carpeta y
una publicación debajo del brazo. De los japoneses que había
uno era el director de la empresa y otro el contable y había un
traductor y una secretaria. Hablaron con mi amiga y le contaron que les
parecían sus dibujos. A todo esto debo decir que antes yo había
pasado por el stand de Toutain y que él no estaba por allí
y no sabían a que hora iba a llegar. Estando yo en el stand llegaban
chavalitos con la carpeta "¿Está Toutain?", "Pues
no, no sabemos cuando llegará". Siguiendo con los japoneses,
le pidieron a mi amiga que les enseñara la revista y en unos minutos
le dijeron que les gustaba más el material que había publicado
allí y le dijeron cuanto le pagarían y la forma de pago,
y además le dieron unas publicaciones y un folletito fotocopiado
que explicaba como tenía que dibujar para ellos, al ser la lectura
a la inversa. Y antes de irse le pidieron que se hiciera una foto con
el director. Y como yo la había acompañado, le pedí
que me acompañara a mi ver a Toutain, "¿Ha venido Toutain?",
"No, no ha venido todavía". Y en este punto de la narración
comprendemos porque los editores japoneses van hacia arriba y Toutain
cerró las revistas un tiempo después. Porque unos trabajan
y otros no.
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