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Historia de aventuras basada en la autobiografía de Juan Caballero, "Historia verdadera y real de la vida y hechos notables de Juan Caballero escrita a la memoria por él mismo". Adaptada por el propio Giménez, consta de 57 páginas.
Primera publicación: 1987 en la revista "TOTEM el cómix",
de Toutain Editor
Reeditado por Glenat. Ejemplares disponibles en:
www.edicionesglenat.es
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CARLOS GIMÉNEZ: RETORNO A LA AVENTURA CON LA HISTORIA DE UN PERSONAJE REAL
Por Javier Coma
LOS BANDOLEROS ROMÁNTICOS
Por Carlos Giménez
CARLOS GIMÉNEZ: RETORNO A LA AVENTURA
CON LA HISTORIA DE UN PERSONAJE REAL
Por Javier Coma
De una docena de años a esta parte, la producción de CARLOS
GIMÉNEZ se escinde en dos rumbos intermitentes: el correspondiente
a sus recuerdos personales (ejemplificado por obras como Paracuellos,
Auxilio Social, Barrio, Los profesionales, etc.) y el relativo a las
adaptaciones de obras de ficción (con Hom a partir de BRIAN
ALDISS. Koolau el leproso según JACK LONDON/ y los retatos
de Érase una vez en el futuro sobre bases proporcionadas por
el propio London y por STANISLAW LEM). Tras las narraciones integrantes
del álbum Romances de andar por casa y la extensa crónica
barcelonesa Rambla arriba, Rambla abajo, producciones ambas con referencia
al primer rumbo citado, Carlos Giménez aborda en este álbum
una serie que se inscribe en la segunda trayectoria, aunque no trate
personajes de ficción sino reales.
Consiste en una adaptación de la autobiografía de un
célebre bandolero del siglo XIX, ]UAN CABALLERO, padrino de
uno de los hijos de José María "el Tempranillo".
El libro, titulado Historia verdadera y real de la vida y hechos notables
de Juan Caballero, escrita a la memoria por él mismo, disfrutó,
unos diez años atrás, de una edición crítica,
prologada y anotada por el miembro de la Real Academia de la Historia
]OSÉ MARÍA DE MENA. Carlos Giménez ha trabajado
sobre esta edición y ha emprendido el relato de las aventuras
de fu an Caballero a partir de la segunda parte de las cuatro del
libro, con recursos ocasionales a los episodios narrados en las páginas
anteriores. La autobiografía de ]uan Caballero atrajo la atención
y el interés de Carlos Giménez en razón a su
riqueza de hechos y a su carácter escasamente heroico y más
bien realista,
Parece que ]uan Caballero fue un personaje altamente singular. Sabía
leer y escribir, y tenía a gala que su apellido pudiera adjetivar
su comportamiento. Ante la posibilidad de ser indultado, renunció,
a menos que la medida de gracia favoreciera también a tos otros
bandoleros de la zona. El logro de este objetivo motivaría
que la prensa de la época hablara, con vehemente sensadonalismo,
de que el rey se había doblegado ante el bandolero. En cualquier
caso, hubo una reinserción social hasta el punto de quefuan
Caballero deviniera simultáneamente nombrado Comandante del
Escuadrón Franco de Policía y Seguridad de Andalucía;
en este organismo, destinado a finalizar, por medios persuasivos y,
si no, traumáticos, con el bandolerismo andaluz, figuró
también "el Tempranillo" y halló la muerte
en el curso
de las correspondientes actividades. Juan Caballero, por e¡
contrario, murió de viejo y pudo antes escribir la comentada
autobiografía.
Un western andaluz
Abundantes elementos sugieren la equivalencia de la adaptación
por Carlos Giménez con el género western. Hombres a
caballo, cortijos, inserción del individuo en el paisaje, existencia
solitaria en la naturaleza, acciones de bandidaje, persecución
por las fuerzas de la ley, y, en definitiva, numerosos factores de
época que equiparan la Andalucía del siglo XIX y el
antiguo Oeste americano. La visualización requerida por escenario
y peripecias ha permitido a Carlos Giménez extremar el sentido
del espectáculo en ¡a puesta en escena, obviamente menos
¡ntimista que en la saga compuesta por sus recuerdos personales.
En comparación con sus últimas obras, las viñetas
se agrandan, disminuye lógicamente su número por página
y los encuadres atienden más a los planos generales que a los
primeros planos, de acuerdo con la necesidad de integración
ambiental La concepción de Bandolero mot/vó que, en
una primera fase, el autor se desplazara a Córdoba y, durante
una semana, se consagrase a una exhaustiva labor fotográfica
con vistas a disponer luego de la documentación paisajística
más precisa posible. A este trabajo se añadió
seguidamente un arduo proceso de recopilación de material en
torno a vestimentas, armas y demás detalles relativos a la
época y al lugar de la acción. Es necesario subrayar
las dificultades que el documentalismo visual, cuando está
enfocado rigurosamente, arroja sobre la materialización de
la gráfica y de la puesta en escena; debido a este hecho, la
gestación de Bandolero ha resultado muy laboriosa hasta el
momento en que Carlos Giménez se ha sentido ya familiarizado
con los elementos que debían nutrir icónicamente el
desarrollo de la serie.
En ella se aprecia también un enorme esfuerzo creativo de Carlos
Giménez. El primer episodio, de siete planchas (incluyendo
la portada), desarrolla dinámicamente una anécdota que
en la autobiografía de )uan Caballero tan sólo ocupaba
una página. El problema ético que aglutina la trama
da un primer retrato del protagonista, así como de su entorno
social, y evidencia la mirada lúcida con que Carlos Giménez
acostumbra llevar al campo de la moral hechos que, en otras manos,
quizá no se moverían de las más convencionales
superficialidades de tantos relatos de aventuras. Durante el segundo
episodio surge una frase del personaje principal que será clave
a través de la posterior evolución de la serie: "Soy
Caballero de apellido y Caballero de condición//. Una frase
con densas implicaciones en el contexto histórico de esta nueva
obra de Carlos Giménez.
Javier Coma
LOS BANDOLEROS ROMÁNTICOS
Por Carlos Giménez
La imagen del bandolero romántico andaluz nace en las primeras décadas
del siglo XIX o, más propiamente dicho, después de la
Guerra de la Independencia. Nace en una Andalucía desértica
y poco poblada, mal comunicada por no decir aislada con
el centro de la península, donde los planes de pacificación
y colonización que para el sur de España soñara
y diseñara el ilustrado monarca Carlos III no han terminado
todavía de dar sus frutos.
Nace en el adecuado caldo de cultivo que supone una sociedad carente
de clase media y dominada por todopoderosos amos latifundistas donde
siervos y criados, desposeídos de todo derecho social, sufren
la pobreza y la injusticia más atroz. En este paisaje, donde
muchedumbres de mendigos trashumantes, vestidos con harapos y hambrientos,
recorren las poblaciones de feria en feria como una ola de miseria,
mientras los caciques y señoritos, amos de vidas y haciendas,
disfrutan de unos privilegios medievales en unas estructuras sociales
todavía feudales, es donde surge la figura del bandolero como
una consecuencia lógica, haciendo buena la frase de Lacassagne
de que "cada país tiene la criminalidad que se merece".
Bandolero y bandido
Bandolero no es sinónimo de bandido. Por lo menos en principio
y etimológicamente. Parece ser que la palabra viene, según
L. Alonso Tejada, de "bando" (facción) o cuadrilla
para robar o saltear los caminos; mientras que bandido es el criminal
reclamado por "bando" (edicto o mandato). Por lo que, según
lo expresado, ni el bandolero es forzosamente un bandido ni el bandolerismo
es bandidaje.
Detrás de cada bandolero que "se echaba al monte",
es decir, que se colocaba al margen de la ley, casi siempre había
una razón de orden sociológico. A unos les empujaba
la miseria, la carencia de recursos económicos; a otros, la
rebelión contra la tiranía y la injusticia institucionalizadas.
En ocasiones era el tener que escapar del brazo de la ley ante la
imposibilidad de poder demostrar ante una justicia sorda, estúpida
y perezosa cuando no corrompida la inocencia ante una
acusación producida por error o premeditadamente falsa.
Camino de desesperados
En otras ocasiones, el camino del monte era el único posible
para el hombre desesperado que, tras haber sido víctima de
un crimen, despojo o afrenta, optaba por tomarse por propia mano esa
justicia que la ley le negaba. Muchas de las partidas de bandoleros
que acechaban, en los caminos reales andaluces, el paso de las diligencias
y sillas de postas para despojar de sus pertenencias a los incautos
y asustados viajeros, habían sido antes partidas de guerrilleros
en la lucha contra los ejércitos napoleónicos. Y es
al finalizar la Guerra de la Independencia y enfrentarse nuevamente
al panorama desolador de la miseria y el hambre cuando, no encontrando
otra forma de subsistencia que la que puedan proporcionarles sus propias
armas, se lanzan a los caminos con un desesperado anhelo de rebelión.
Tópico y realidad
Aunque el bandolero andaluz ha sido pintado siempre con exceso de
colores lo que Mérimée llamaba "color local"
la realidad es que el bandolero de lo que se ha dado en llamar época
romántica gozaba normalmente de buen cartel entre las gentes
sencillas del pueblo, que veían en él al rebelde, al
vengador, al Justiciero, al que era capaz de gritar fuerte lo que
la mayoría sojuzgada callaba. Por ésta, entre otras
razones, el bandolero encontraba cobijo y, a veces, complicidad entre
las clases más humildes, a las que, por otra parte, él
pertenecía salvo raras excepciones, que las había,
supersticioso, quijotesco y generoso, apegado a sus tradiciones, a
su tierra, a sus códigos de honor y a la institución
familiar. Fervoroso creyente en las cosas de la fe, no era raro el
que, junto con el trabuco, el retaco y la faca, portara media docena
de rosarios y escapularios.
La muerte de¡ bandolero
El bandolero andaluz de la época romántica también
salvo raras excepciones moría joven. Con frecuencia,
antes de cumplir los treinta años. Unas veces, quien se lo
llevaba por delante, dejándolo abatido en cualquier recodo
de cualquier camino, era el certero disparo de un miguelete u otro
soldado de no importa qué regimiento. Otras veces, era una
sentencia de la justicia estatal la que ponía fin a sus días
en un improvisado patíbulo levantado en medio de la plaza mayor
de cualquier ciudad.
El bandolero romántico que moría ejecutado lo hacía
de forma muy poco romántica. El garrote, y más frecuentemente,
la horca eran los procedimientos empleados habitual mente para acabar
con sus vidas. El condenado a la horca, previamente, era enganchado
a un caballo y arrastrado por el polvo sobre una estera o serón
para, después, montado sobre un asno y en larga y multitudinaria
procesión, acompañado del inevitable confesor, ser escoltado
por largas filas de monjes y laicos de las oportunas cofradías,
portadores de cruces, estandartes y demás parafernalia religiosa,
y junto con notario, alguaciles y el correspondiente piquete de caballerías,
recorrer las calles del pueblo o ciudad desde la prisión al
patíbulo. En medio de rezos y letanías, unos hombres
con capas recogían en platillos las monedas que la concurrencia
entregaba para las misas por el eterno descanso del alma del que iba
a morir.
"Hermano, es la hora"
Ante el cadalso y, una vez pronunciada por el verdugo la determinante
frase de "hermano, es la hora", el condenado subía
de espaldas los escalones de madera de la escalera de quita y pon
que conducía al lazo corredizo. El espectáculo terminaba
con una escena dantesca: en el centro de la horca, colgado por el
cuello y balanceándose en el aire, con el verdugo sentado sobre
sus hombros, el ajusticiado sacaba dos palmos de lengua mientras el
ayudante del verdugo se columpiaba de sus piernas para ayudarle a
morir más rápidamente.
Después el cadáver era llevado hasta la llamada "mesa
real" u otro sitio de similares características, donde,
ante la presencia de ministros, escribanos y tropa, el cuerpo del
muerto era cortado en cuartos. Al finalizar la macabra operación,
la cabeza y los cuartos eran remitidos a sus correspondientes destinos,
que no eran otros que el final de unas estacas emplazadas a la orilla
de un concurrido camino o a la entrada de alguna población
para servir de aviso y escarmiento a las gentes del lugar.
Fin del bandolerismo
Pero no fue la horca ni los migueletes ni la tropa quienes acabaron
con los bandoleros andaluces. Al bandolero romántico de manta
y trabuco, faca y patilla, caballo tordo y sombrero calañés,
señor de la serranía o la campiña, adalid de
afligidos y azote de la aristocracia territorial...
//... aquel que en Andalucía por los caminos andaba, el que
a los ricos robaba y a los pobres socorría.
a aquél lo mataron tres inventos que, a mediados del siglo
XIX, hicieron su aparición en Andalucía: el ferrocarril,
el telégrafo y la benemérita Guardia Civil aplicando
sistemáticamente la ley de fugas, con la que multitud de presos
y sospechosos de bandolerismo, al ser conducidos de una a otra cárcel,
eran muertos al intentar huir.
Carlos Giménez
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