|
KOOLAU EL LEPROSO
Por Toni Segarra
"... Luego, en otro momento en que está sin trabajo, empieza «Koolau, el leproso», basado en una narración de Jack London y
que el lector lo verá inmediatamente constituye su última obra maestra. Señalemos de nuevo, antes de entrar en su análisis, los elementos comunes a las mejores
historias de Carlos Giménez: la total libertad que le proporciona hacer algo cuando está parado y no sabe siquiera si será publicado, la absoluta identificación con la idea madre del
texto literario y el deseo de experimentar tanto en dibujo como en montaje para recrear el texto de partida, arrebatárselo a su autor y devolvérselo con toda la admiración de un homenaje
y toda la libertad creativa del artista.
La historia queda dividida en este caso en tres capítulos (en
el caso de «Hom» fueron cuatro) lo que responde a una
perfecta lógica en la línea de concisión y efectividad
de su autor. En cierta medida cabría hablar en este caso de
las unidades clásicas del teatro. Primero se narran los antecedentes
y motivos del por qué un puñado de leprosos decide resistir
o morir a fin de permanecer, aunque sea como fieras perseguidas
y odiadas, en su propia tierra antes que verse deportados al calabo-zo-leprosería
de Molokai. Termina el primer capítulo con la victoria momentánea
de los leprosos sobre el destacamento de policía enviado en
su busca. Posteriormente a esta victoria, y con ello entramos en el
segundo capítulo, los rebeldes han de enfrentarse al ejército.
Es un episodio en el que fundamentalmente predomina la acción
que tímidamente se inició al final del capitulo anterior.
Aunque el saldo final de esta nueva lucha sigue siendo favorable a
los rebeldes, el precio que éstos han tenido que pagar es,
para algunos, excesivamente elevado. Por esto, en el tercer episodio,
Koolau quedará sólo ante el abandono de sus antiguos
camara-das y el desinterés de unas autoridades a las que cuesta
ya demasiado reducir a un hombre que, ahora, solo, herido y acabado
no representa para ellos ningún peligro. Koolau morirá,
pues, libre en su propia tierra, pero su rebellón no habrá
prosperado.
La estructura narrativa de cada episodio contiene un «climax»
que responde casi matemáticamente a una «campana»
de Gauss. Campana que a su vez tiene como envolvente a otra curva
de las mismas características. Es decir, tres capítulos
en los que la narración responde a la estructura «reposo-acción-reposo»
configuran una obra en la que los capítulos responden a esta
misma estructura. Estructura que, por lo demás, Carlos Giménez
sabe utilizar de forma perfecta gracias a una planificación
y un dominio del trazo y de la mancha realmente extraordinarios. Ello
no quita que, en algunos afortunadamente escasos momentos,
los peores defectos de su estilo si alguien cree que los tiene
salgan a flote. Carlos, lo he dicho ya otras veces, es un romántico
y esto, que para mí es también una casualidad, a veces
le traiciona. La blandenguería de algunas viñetas o
de alguna página hay que asumirla como una de las constantes
del estilo de Carlos, guste o no guste, pero entendiendo que forma
un todo inseparable de su obra. Precisamente estas
planchas son las que luego resaltan más esas otras conocidas,
duras, sobrias, que no tienen nada que envidiar a las de los grandes
maestros. La utilización del blanco y negro casi exclusivamente,
suprimiendo las tonalidades grises, nos sitúa en la línea
que va de un Milton Caniff a un Hugo Pratt. Y es curioso que «Koo-lau»
nos traiga a la mente en más de una ocasión alguno de
los episodios de «Corto Maltes», quizá como reconocimiento
implícito de la deuda inconfesada que el dibujante italiano
tiene con Jack London.
Se hace sumamente difícil en una presentación forzosamente
breve poder transmitir al lector todos y cada uno de los excelentes
hallazgos de «Koolau». Sirvan sólo de ejemplo la
maestría de silencios y composición de las páginas
7 y 12, el ritmo admirable de toda la secuencia del bombardeo, la
planificación de las páginas 21 y 40, la utilización
del contraste entre el blanco y el negro como elemento dominante y
auxiliar compárense las páginas 15 y 18
o el montaje de la página 48, prueba todo ello de lo mucho
que sería preciso escribir para intentar un análisis
exhaustivo de la obra.
Pero es también preciso insistir en que mediante el mecanismo
de identificación que más arriba hemos señalado,
el contenido ideológico de la historieta responde no sólo
al texto de London sino a la ideología de Giménez. Está
claro que «Koolau» es una denuncia del racismo, del imperialismo
y del colonialismo. Y es al mismo tiempo un canto a la resistencia,
una justificación catártica de la violencia y una llamada
a la solidaridad entre los oprimidos. El lector tiene ahora en sus
manos el instrumento para hacer su propio análisis: ver y leer
repetidas veces esta historia."
Toni Segarra
Fragmento de un artículo publicado en la revista "TOTEM"
|