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Serie basada en la autobiografía del autor
y compuesta por 26 episodios y un epílogo que suman un total
de 181 páginas distribuidas en 4 álbumes:
Los Profesionales I
Los Profesionales II. ¡Son como niños!
Los Profesionales III. Gente tierna
Los Profesionales IV.
Rambla arriba, Rambla abajo, a pesar de constituir
una obra con entidad propia, puede considerarse como otro álbum
de esta serie.
Primera publicación: 1981. Revista Rambla
Reeditado por Glenat. Ejemplares disponibles en:
www.edicionesglenat.es
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CARLOS GIMENEZ O LA INVENCIÓN DE LA MEMORIA
Por Antonio Lara
INTRODUCCIÓN A LOS PROFESIONALES II
Por Ludolfo Paramio
TESTIMONIOS
LOS PROTAGONISTAS DICEN...
CARLOS GIMÉNEZ, ADOLFO USERO, MANUEL YÁÑEZ SOLANA, FERNANDO FERNÁNDEZ, JOSEP TOUTAIN, ARMONIA RODRÍGUEZ, SUSO PEÑA REGÓ, JOSEP MARÍA BEÁ, MARCELO MIRALLES, FLORENCI CLAVE, MANFRED SOMMER, J. FLORES THIES.
CARLOS GIMENEZ O LA INVENCIÓN DE LA MEMORIA
Por Antonio Lara
Hay personas
que saben contar; han aprendido los mil y un secretos para valorar
los hechos menudos, los perfiles humanos, los rasgos diferenciales.
Otros carecen lamentablemente de esa vieja sabiduría; se atropellan
al ordenar los hechos, confunden unos con otros y, por último,
ignoran cómo terminar y dónde poner la guinda al pastel.
Carlos Giménez, no hace falta decirlo, sí sabe hacerlo,
y de qué manera. Sus historias empiezan donde deben, contienen
los elementos justos y prescinden de lo innecesario, hasta terminar,
fatalmente, sin posibilidad de que haya otra solución, salvo
la que él ha elegido, exactamente donde debían concluir.
Cuando decimos que Carlos es un magnífico dibujante que
lo es, y vale la pena repetirlo mucho quizás estamos
cometiendo una pequeña injusticia, porque buenos dibujantes
hay bastantes, mientras que dibujantes capaces de narrar con sus imágenes,
la verdad, hay muy pocos. Y esto es evidente. Carlos Giménez
es uno de los que gradúa la información, impecablemente
construye estructuras narrativas modélicas, hace progresar
la línea de interés sin baches y dirige el relato con
arreglo a un conocimiento viejo, obediente a las órdenes de
la memoria, al control del olvido y de la pasión acumulados.
«Los Profesionales», esta magnífica serie que ahora
se reedita, constituyen, a mi modo de ver, un ejemplo excepcional
de todo lo que afirmo. Cuando empezó a publicarse, cada una
de las entregas era motivo de general regocijo entre los aficionados
y entusiastas de la obra de este trabajador de la imagen como
él prefiere que le llamemos porque las semejanzas entre
realidad e imaginación, eran, son, tan claras que resultaba
imposible resistir la tentación de ponerle nombres y apellidos
a cada una de las entrañables figuras animadas de su obra.
Pero esto, que es tan fácil y está tan al alcance de
los enterados y de los que están en el ajo, se convierte en
un error, en el fondo. Que Fiistrup sea... o el otro recuerde a tal...
y fulano a aquel... Que, caramba, resulta que... es sólo una
de las caras de este trabajo de Carlos y, quizás, ni siquiera
la más importante, espejos de la calle del Gato que, cual nuevo
Valle Inclán, distorsionan la realidad para poder apreciarla
mejor después. Yo comprendo, y respeto, las reacciones entusiastas
de muchos dibujantes, compañeros de fatigas de aquella época,
y sus emocionadas respuestas ante estas historias picarescas, que
reflejan un tiempo perdido y lo recrean con gracia y sentido del humor,
con dibujos incisivos, directos, que sacrifican la belleza a la eficacia
narrativa. Sin embargo, y, como lo creo, me siento incapaz de
decir lo contrario me parece que el mayor atractivo de estas
páginas no está en la evocación proustiana y
sentimental, aunque esto sea, en sí, muy valioso. A mi modo
de ver, lo más interesante de esta creación del artista
madrileño artista, sí, ¿por qué
no? es su fabulosa capacidad para seleccionar su recuerdo y
organizar sus vivencias, para ofrecernos una crónica de la
realidad, apoyada en la pequeñas cosas, en las menudencias
compartidas.
Nada más lejos de una obra de tesis, con los dados cargados
y los resultados consabidos, redimidos por la noble intención
apologética que estas páginas de «Los Profesionales».
Lo que aquí vemos y oímos los diálogos
nos traen el eco de la jerga profesional, la impotencia de los que
no ven ninguna salida en el horizonte, la labia de los picaros...
es un reflejo complejo de la vida diaria, de la existencia cotidiana,
miserable y necesaria.
Carlos no se conforma con vivir, con el testimonio agotador, fecundo,
de las tareas al uso; necesita reinventar la realidad vivida, darle
color y sabor a los viejos fantasmas, sin trascendencia ni ambiciones
desmedidas. Los dibujantes que intentan trabajar en ese estudio barcelonés
no pretenden transformar el mundo ni descubrirle un sentido mistérico;
no caen en ese equívoco de creer que están inventando
el arte de la historieta. Son forzados, y víctimas, que aguantan
porque no les queda otro remedio las circunstancias profesionales
de un momento determinado de la historia pequeña de la profesión.
Ahora, antes, será, ha sido y volverá a ser distinto;
mejor o peor, pero no igual. Carlos Giménez no hace propaganda,
ni disfraza a sus personajes con tintes ensoñadores. Cada uno
de ellos, como los habitantes de «Paracuellos» y «Barrio»,
nace de la experiencia y de la invención, de una contra otra,
pero poseen la fuerza única de lo que ha sido vivido antes
de pasar al papel.
Quizás se note que Carlos Giménez me gusta, que sus
dibujos despiertan en mí (lector inocente y con poca experiencia)
una serie de ecos y respuestas que me hacen pensar y reacionar, que
me enseñan con la vida de los dibujantes cómo
fue mi vida entonces y cómo debo recordarla y vivirla en la
memoria, de nuevo. Pues sí, tengo que reconocer que las páginas
de este magnífico narrador se meten dentro de mí y atizan
el rescollo de un pasado que todavía no ha desaparecido completamente,
que vuelve a la presencia,
azuzado por el azar y la necesidad mediante estas imágenes
dibujadas. Las creaciones de este dibujante no se dejan encerrar en
la categoría del pasatiempo. El destino de Carlos Giménez
lo siento por él, claro está es servir de
señuelo y de testimonio a los investigadores del mañana.
Cuando pasen más años y Carlos empiece a envejecer,
tendrá que destinar unas cuantas horas diarias a desentrañar
y comentar para los investigadores universitarios del mañana
yankis, soviéticos, palestinos, flamencos, franceses,
japoneses, de Vilafranca del Bierzo... los mil detalles de estas
páginas, sus conexiones veladas con la realidad. Pero, mucho
me temo, que a Carlos no le hará maldita la gracia esta tarea
y lo que hará, o mucho me engaño, es confundir a estos
investigadores con pistas falsas innumerables, con una nueva invención
de la realidad, que volverá a recrear de nuevo, insatisfecho
con esa fijación definitiva de la imagen dibujada.
Todo esto, por supuesto, se apoya en unos dibujos directos, donde
el estilo se afirma y va despojando a las viñetas de rasgos
innecesarios, acentuando lo esencial: las líneas que informan
sobre las heridas del tiempo, que transmiten, con qué fuerza
rotunda, un mundo sencillo y complejo, los objetos, la gente viva
de la calle. Quizás no sea necesario recordar a los entusiastas
los raro que resulta encontrar, en las narraciones gráficas,
este temblor de lo auténtico, este soplo de aire fresco. Lo
normal es cansarse con las repeticiones y los plagios, atrincherarse
con los autores que se refugian en unas fórmulas cómodas
que evitan la angustia y la perplejidad cotidianas. Pero este espectáculo
vivificante de lo que siempre se renueva, de un estilo en plena pujanza,
como el de Carlos, no es fácil de hallar. Sólo unos
cuantos dibujantes y narradores pueden presumir de llegar a unos resultados
como los que Carlos exhibe en «Los Profesionales»; muy
pocos nombres, en España y fuera de ella, se atreverían
a hacer este examen de conciencia sobre el pasado propio y ajeno con
la sinceridad, ironía y convencimiento con que Carlos Giménez
lo hace.
Antonio Lara
INTRODUCCIÓN A LOS PROFESIONALES II
Por Ludolfo Paramio
Como nadie ignora, Carlos Giménez es un punto de referencia ineludible en la narración gráfica española desde 1970, cuando la eclosión de Dani Futuro; y, más allá de malentendidos y polémicas, seguramente no fue casual que
su madurez como profesional viniera a coincidir con su colaboración con Víctor Mora, a quien le cabe el raro honor de haber concebido uno de los más clásicos personajes de la narración gráfica en nuestro país y de haber sido a la vez un
ejemplo de responsabilidad ciudadana en tiempos poco propicios.
Lo que yo querría subrayar aquí es que Carlos Giménez ha salido de los años 70 como de un largo y complejo rito de transición, no sólo como un excelente profesional, que ya lo era, sino como lo que el apócrifo don Juan de Castañeda
habría llamado un guerrero irreprochable', un señor maduro y curtido, lúcido y equilibrado sin perder por ello ese apasionamiento que parece preciso para seguir siendo una persona decente en un mundo tan improbable como éste.
El rito de transición habría tenido varios aspectos. Por una parte, durante la Transición, Carlos apostó muy fuertemente por un tipo de narración corta de significación
muy inmediatamente política y movilizadora. A mi juicio este
trabajo, la fase más agresiva de El Papus, recogida en otros
álbumes de esta misma colección, estaba condenada a
debatirse en una serie de contradicciones. En un momento de cambio
rápido, estos relatos tan directamente comprometidos podían
fácilmente errar en el análisis estratégico bajo
el impacto de los sentimientos del momento. Asi, yo diría que
con alguna frecuencia lo que pretendía ser un ataque al fascismo
y sus supervivencias pudo ser leído como una puesta en cuestión
de las precarias fórmulas que iba adoptando trabajosamente
la naciente y posibilista democracia. Eso no quita, por supuesto,
para que muy a menudo la lectura de aquellas narraciones tuviera un
demoledor impacto emotivo. Pienso en particular en la historia del
señor que, mientras hace cola para votar (en julio de 1977),
recuerda sus malos pasos bajo la dictadura, para acabar confesando,
a la pregunta de un amigo y consumado ya el acto, que votar le ha
sabido a poco.
Al calmarse las exigencias y también al disminuir las
expectativas de los primeros tiempos de la Transición,
el trabajo de Carlos Giménez que ha pasado a primer plano ha
sido la reconstrucción, en evidente clave autobiográfica,
de nuestro pasado inmediato. Y aquí habría que distinguir
las historietas que van de Paracuellos a Barrio, que en sí
constituyen un ciclo, de la actual serie de Los Profesionales.
No puedo negar que me gustan mucho los episodios de Paracuellos y
Auxilio Social, pues aunque en ellos se recuerde lo peor de la posguerra
no se trata de un retrato desde fuera, de una fácil demagogia,
sino de un recuerdo vivo y muy verídico. Pero esta serie provoca
inevitablemente una mezcla de ira y tristeza por nuestra propia historia:
es un exorcismo, qué duda cabe, pero un exorcismo que el lector
no siempre controla. Me parece sospechoso el éxito de la serie
en Francia: me temo que encaja bien en el arquetipo de la España
negra tan del gusto de los intelectuales de París.
En cambio, a partir de Barrio y mucho más claramente en Los
profesionales , se puede decir que el autor controla sus sentimientos
y, más aún, controla los sentimientos que desea provocar
a través de su descripción de la penosa y miserable
etapa de nuestra historia que describe. Se puede pensar que existe
una discontinuidad profunda respecto a Barrio, pero esta discontinuidad
es más real en la clave narrativa que en la propia historia
narrada; al fin y al cabo seguimos en ambos casos reconstruyendo la
España reciente a través de los ojos de un mismo observador.
Para los aficionados a la narración gráfica, a los tebeos,
no hay duda de que Los profesionales es una serie casi perfecta: el
supremo rizar el rizo, la historieta de los historietis-tas, el retrato
de los mágicos creadores de los héroes y mitos que marcaron
nuestra juventud. Da igual que Fiistrup trabajara para el extranjero
y que el producto homogenizado y en serie que debían fabricar
los desdichados trabajadores de Creaciones Ilustradas estuviera destinado,
a otros públicos. Lo importante es que Carlos Giménez
nos muestre aquel mundillo desde dentro, y que podemos adivinar, a
veces muy fácilmente, quiénes son los «profesionales»
retratados en la serie.
Pero a mí, personalmente, lo que me parece más importante
es que, en Los profesionales, los años de la dictadura y el
lento emerger del subdesarrollo no aparecen retratados con tintes
de rencor o de ira, sino bajo un prisma de lucidez crítica
que deja siempre un cierto margen para la ternura. Nos hemos hecho
mayores, y quienes sufrieron la sobreexplota-ción y el trabajo
sin sentido de los años 60 pueden permitirse el lujo de contemplar
con educado humor aquellos duros comienzos. Esta serie es así
una especie de autoamnistía, pues traduce la conciencia de
que no podemos seguir agarrotados por los fantasmas de los años
negros; por eso pienso que con Los profesionales Carlos Giménez
ha cerrado una etapa, todo un rito de transición en su obra,
desde la madurez como dibujante a la madurez como guionista y como
ciudadano.
Eso no quiere decir, claro, que esa segunda madurez se traduzca en
la desaparición del trasfondo político o en la pérdida
de radicalidad. Por el contrario, no creo que nada pueda sintetizar
mejor nuestra historia colectiva que ese relato con el que se cierra
el primer álbum de esta serie, y en el que el protagonista
fusiona sus frustraciones personales y sentimentales con las colectivas
y políticas al unirse a una manifestación antifranquista.
Esta es la modesta y un poco heroica historia de toda una generación:
hacía falta mucha madurez para contarla con humor y sin olvido,
con lucidez y sin tono enfático- Carlos Giménez lo ha
hecho.
Ludolfo Paramio
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