|
|
Obra realista de 70 páginas con la que se cierra la serie "Los Profesionales"
Primera publicación: 1985. Revista "Comix Internacional"
Reeditado por Glenat. Ejemplares disponibles en: www.edicionesglenat.es
|
DIBUJAR LA MEMORIA, DIBUJAR EL DESEO
Por Manuel Vázquez Montalbán
Las gentes de mi edad hemos aprendido a leer varias veces, tantas como para comprender que siempre se está aprendiendo a leer, a poco que comprendas
la inmensa pluralidad de sistemas de escritura y el código inicialmente secreto que plantean los auténticoas creadores. Incluso dentro de una misma tipología de escriutura purede
noi servir el alfabeto aprendido. Nos pasó a los que descubrimos la sintaxis de la viñeta gracias a Hipo, Monito y Fifí, Carpanta, El guerrero del antifaz, Juan Centella o Roberto Alcázar
y Pedrín y muchos años después tuvimos acceso a otro cómic, bien fuera el de investigación formal, bien el cómic crítico, el que proponía una nueva
manera de mirar una historia o el que utilizaba la historia para ofrecer una mirada crítica de la realidad. El nombre de Carlos Giménez ha estado para mí siempre asociado al de cómic total,
en el que el autor se vale de una tecnología cimera para ofrecer un despliegue de sugerencias que afecta a todo lo humano, sea la ternura, sea la rabia ideológica. Esta facilidad aparente para expresarlo
todo, sólo se consigue con un serio dominio lingüístico y una actitud no unidimensional ante el propio oficio, los demás, la Historia, la vida.
El propio Carlos Giménez nos ayudó a entender su poética en aquellos impagables volúmenes de "Los Profesionales", también editados por De la Torre, auténtico retrato
de la educación del autor sometido a evidencias profesionales, sentimentales y civiles en aquella España tan dura pero tan interesante y por hacer de los años sesenta. En aquellos volúmenes,
Giménez fragmentaba la oferta de su aprendizaje a manera de secuencias separadas, correspondientes a situaciones cerradas. Para utilizar un símil literario, aquellos volúmenes eran
alfgo así como un libro de cuentos, unificados por un tema en evolución. Ahora, en Rambla arriba, Rambla abajo, el autor se mete en el complejo territorio de la novela utilizando dos hilos
conductores básicos: la vivencia del autor de cómic protagonista provocador del relato y Las Ramblas como cauce narrativo, por lo que tiene esta calle barcelonesa de elementos de narratividad:
es una calle río, que nace en la Plaza Catalunya y muere en el mar, o si se quiere, al revés, y que cambia de significación tramo a tramo, e igualmente cambia si se sigue el recorrido ascendente
o el descendente. Además, por ese cauce, en sí mismo narrativo, dotado de una bilogía de asfalto y fachadas, pasa un cxaudal variopinto de humanidad, materia riquísima para
la retina del creador de la historia.
La lingüística del cómic ha llegado a tal grado de experimentación y logro que está en condiciones de expresarlo todo, incluso complejos procesos de pensamiento. El carácter
realista del lenguaje de Carlos Giménez, que tan espléndidas
páginas nos ha ofrecido de páginas de cómic de
aventuras convencional, se adapta a Rambla arriba, Rambla abajo como
una piel ad hoc para expresar una historia a la vez urbana e histórica,
por lo que tiene también de retrato de una sociedad en el arranque
de la auténtica transición del franquismo a lo que sea,
que aún está por ver. Porque la transición empieza
en un momento histórico impreciso, pero a situar en los años
sesenta, en que superada la moral de supervivientes y el pánico
de la guerra y la postguerra civil, una nueva conciencia social crítica
se da cuenta de que toda la sociedad española vive una situación
esquizofrénica entre dos verdades: la verdad oficial y la verdad
que pide el cuerpo, incluyendo en el cuerpo el norte y el sur, el
cerebro y el sexo. El relato de Giménez sirve para plasmar
lo que de eterno tiene la narratividad de las Ramblas y a la vez el
momento estricto del temple de recuperación de la razón
democrática.
Y todo eso sin trascendentalizar inútilmente ni la forma ni
el contenido. El dibujo sigue teniendo esa elegancia funcional y pluriespresiva
siva del Carlos Giménez de siempre y el acercamiento a los
grandes y graves temas de fondo se hace sin la pedantería del
pontifi-cador panfletario; la ingenuidad aparente de los héroes
de papel del cómic es el mejor soporte para la cantidad y calidad
de verdad personal e histórica que conllevan estos dibujos.
El logro es tal que el autor consigue en el lector un apasionado ejercicio
de identificación y no sólo en el lector cómplice
de una misma o parecida edad, sino en cualquier lector del presente
o del futuro obligado a conmoverse ante la humanidad eter na de estos
personajes implicados en el discurrir de una calle viva. Además,
como contribución a la memoria total de una época, el
relato está lleno de trazos ya hoy arqueológicos que
en el futuro pueden ayudar a recomponerla: anuncios, talantes, vestuario,
peinados, giros de expresión que gracias a la materia visual
del có-mic alcanzan un grado de verosimilitud, de credibilidad
difícil de conseguir, aunque no imposible, mediante el lenguaje
literario.
Otros han glosado la evolución siempre ascendente del autor
de Gringo, Delta 99, Dany Futuro, Paracuellos, Tequila Bang..., sólo
o en colaboración con nom-bres ya legendarios en la historia
del cómic español: üsero, Víctor Mora, Jesús
Flores, Luis García... Doctores tiene esta iglesia, como todas
las iglesias, y yo me limito a expresar la admiración que me
han suscitado estas páginas ejemplares, admiración que
ahora dejo en manos del lector indiscriminado, a la espera de que
le ofrezcan lo mismo que a mí: compañía en el
constante viaje cotidiano entre la memoria y el deseo, la nostalgia
y la esperanza, por ese cauce a la vez ascendente y descendente...
Las Ramblas, la vida... En fin.
|