Obra de carácter autobiográfico considerada por la mayoría de los críticos como la más importante de las de Giménez. Realizada en dos etapas, la primera de ellas, a finales de los años setenta y primeros ochenta, se compone de 28 episodios y un total de 90 páginas recogidas en dos álbumes: Paracuellos
Paracuellos 2
La segunda etapa, iniciada en 1997 y finalizada en 2003, consta de 26 episodios que suman 192 páginas distribuidas en 4 álbumes:
Paracuellos 3
Paracuellos 4
Paracuellos 5
Paracuellos 6
Primera publicación: 1977. Ediciones Amaika
Álbumes disponibles en: Ediciones Glénat www.edicionesglenat.es

 

 

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Porque si usted, lector, no se sitúa, si no traza las paralelas, si no adopta la personalidad del niño, si no se desliza en su interior, le parecerá, todo, desmadrado, desmesurado, descompensado. Le parecerá ficticio, falso: lo tomará como otra historia más, una historia ajena, la historia, por ejemplo y aquí, de Carlos Giménez, pero no la suya, la de usted. Y allá usted si así le llega la emoción. Porque sí que lo es, es su historia, aunque usted no la viviera: la historia ocurrió así y él, Giménez, la salva, la transcribe, la reconstruye para usted.
Permítame un paréntesis. Ser historietista, una persona que hace tebeos, es un trabajo complejo y que no todo quisque puede desarrollar. Disculpe que insista, discúlpeme que lo explique un poco por encima, sólo un ratito. Vea, todo está en la cabeza, en la cabeza de quien, en este caso, ama los tebeos. Es un ser al que conocemos como el artista. Y el artista es un tipo como usted, pero que se fija; es un tipo como usted, pero que amontona recuerdos, archiva imágenes, selecciona, consciente o inconsciente, da lo mismo, escenas que estuvieron ahí, en la inmediata realidad y que se borran, también, al instante: justo en ese instante que sigue, o sea, persigue al hecho de ocurrir, a lo que fue. Y el artista lo capta y sufre, por usted, por él mismo para que vuelva a ser, para que vuelva a ocurrir. No es más que eso, así de simple; pero así de complejo.
Porque, ¿cómo decide un creador la selección del recuerdo? ¿En qué momento opta por la criba de la interferencia y de cuáles? ¿Qué tipo de duda elimina? ¿Cuántas veces se arrepiente del instante elegido? Si todas estas variantes usted no las hace suyas, si no las adopta como propias, si no entrega el gesto de cómplice, pasará, me temo, por la historieta (no por esta, por cualquiera) de modo ligero, muy por encima. Y no, no le estoy pidiendo un esfuerzo para que imagine cómo fue aquello, porque eso ya lo hizo el autor por usted. No le estoy pidiendo que se devore, para motivarse, lecturas parejas del contexto histórico, no le harán falta: Giménez lo ha hecho por usted; primero lo hizo allí, bajo el sol, prisionero de la angustia, del olor del miedo, del abandono, de la injusticia, del abuso, del insulto, de la violencia, del despotismo, de la intolerancia, del desprecio: prisionero, en fin, de ser un niño en un mundo de adultos. Sin más. Y, después, lo volvió a vivir en el tablero: le llegó, de nuevo, el insulto concreto del mando, el abandono concreto de la cuidadora, el despotismo concreto del director, la violencia concreta del amigo, la injusticia concreta del Estado, el desprecio concreto de la sociedad. Le llegó, ya dije, toda la angustia de sorber el olor de su propio miedo.
Vea, lector, además está usted ante una obra maestra, y eso tanto usted como yo lo sabemos, no todos los días ocurre; está usted, además, ante una de las planificaciones (la selección del plano, la magia de cómo surge la expurgación del instante) más exquisitas que se han dibujado en España; estará usted, incluso, con el correr de cada entrega, ante uno de los conjuntos de guiones (la selección de cada miedo) más brillantes y selectos que jamás se han escrito en España.
Y vaya despacio, no se acelere, detenga cada plano (cada instante, ya le dije), lea en voz alta cada bocadillo, intente adivinar, siempre en el clima, cada posible respuesta; no llegue al final porque sí, pues casi no hay más (créame, he leído muchos más tebeos que usted, aunque no más que Carlines).
Hágame caso: está usted ante la más precisa y sincera obra de uno de los mejores historietistas que este país jamás se mereció.
Jesús Cuadrado