Obra autobiográfica considerada por la mayoría de los críticos como la más importante de las de Giménez. Realizada en dos etapas, la primera de ellas, a finales de los años setenta y primeros ochenta, se compone de 28 episodios y un total de 90 páginas recogidas en dos álbumes:
Paracuellos
Paracuellos 2
La segunda etapa, iniciada en 1997 y actualmente en curso, consta hasta el momento de 14 episodios que suman 98 páginas distribuidas en dos álbumes:
Paracuellos 3
Paracuellos 4
Primera publicación: 1977. Ediciones Amaika

Álbumes disponibles en:
Ediciones Glénat. c/Castillejos, 228. 1º, 2ª. 08013 Barcelona
e.mail: glenat@teleline.es

 

 

Artículos:

LA OBRA NACIONAL DE AUXILIO SOCIAL
Por Antonio Martín

PARACUELLOS. EL INFIERNO DE LA MEMORIA
Por Jesús Cuadrado

 

PARACUELLOS, LA HUELLA INFINITA
Por José María Beá

El otro día encontré un viejo pincel y vi que era un palo con pelos y sentí tanta pena por él que lo chupé como antes. Mientras me entregaba a este recomendable y exquisito ritual de libación, mi mente fue abducida por la oscura nebulosa del pasado y volví, una vez más, a sumergirme en Todo Aquello. "Todo Aquello", es sinónimo de la apasionada época de mis primeros años como profesional del cómic. Pues bien, en aquel lejano escenario sacudido por acordes de Pink Floyd y aceleraciones anfetamínicas, no me resulta difícil verme a mi mismo integrado en un colectivo de dibujantes y guionistas veinteañeros (con la conducta severamente alterada por un trastorno maníaco compulsivo de raiz esquizoide que se activaba automaticamente ante la visión de cualquier cómic) ansiosos por emerger del tedio que suponía vivir bajo el dictado del franquismo más alpargatero.
Existía para el citado grupo un lugar de encuentro, un bar, "El Pabellón", que se hallaba a pocos metros de la puerta de Selecciones Ilustradas, la agencia artística más importante del país y regentada con ambiciosas miras por el recordado Josep Toutain, donde abundaba el trabajo fácil y le pagaban a uno en dólares contantes y sonantes.
En "El Pabellón" tuve la suerte -un privilegio que me ha otorgado esta vida- de entablar amistad con Carlos Giménez.
Carlos era un individuo dotado de un carisma demoledor, contundente y en muchas ocasiones explosivo. Poseeía una gran facilidad de conversación, por lo que que resultaba prácticamente imposible no rendirle la atención debida y no dejarse arrastrar por la vehemencia de sus sugestivas ideas. Ideas cargadas de un pragmatismo visceral, maduras, llenas de razón, que perfilaban un fondo de gran nobleza humana. Era inusual hallar tal borbotón de estímulos en boca de un autor de historietas tan jóven como él. Su discurso revelaba un alto grado de implicación en todo lo que concernía a la protección de los derechos -vilipendiados con saña en aquel tiempo- del dibujante y, por supuesto, manifestaba una pétrea convicción en la lucha antifascista.
Si bien, es de cabal importancia incidir en estos aspectos de la personalidad y concepción ideológica de Carlos Gimenez, no lo es menos hablar de sus habilidades técnicas a la hora de enferentarse al tablero de dibujo.
Llevábamos todos nosotros bastantes horas de vuelo profesional trabajando a destajo con infames encargos –no se nos permitía firmar con nuestro nombre- para el mercado inglés (I.P.C.Magazines), francés ( Artima-Tourcoing con la chou-chou Janine Keirsbilk al frente de la editorial) y alemán ( Bastei Verlag, con su innombrable agente garbancero. Bueno, yo me entiendo). Sí señor, llevábamos muchas horas planeando sobre el papel Schoeller Parole pero, en general, aún no se habían materializado resutados destacables a nivel técnico.
El primero en despuntar fue Carlos.
Ya en Gringo (1963),Carlos Giménez que, como el resto de la profesión, había aprendido el oficio mediante la observación sistemática de las soluciones gráficas usadas por Frank Robbins, Milton Cannif, Alex Raymond, Burne Hogart, Stan Drake, Dan Barry, Hal Foster, Cullen Murphy, Neil O’Keefe, etc., sorprendió a todos con la presencia de un estilo encomiable. Su habilidad en el manejo del pincel no era común. Esgrimía con valentía un trazado seguro y limpio, ejecutando arriesgadas cabriolas y precisos rizados de rizo sin ser víctima de la ansiedad que a la mayoría nos atenazaba cuando el maldito instrumento con pelo de marta siberiana se resitía a obedecer nuestra orden y acababa huyendo de la viñeta para hundirse en un barrizal de tinta china. (Ojo, esa zona pantanosa existe. Todo dibujante la conoce; rodea permanentemente el tintero y es lugar de profundas reflexiones: ¿por qué no me dedico a otra cosa?).
Los conatos de investigación plástica de Carlos Giménez (véase El Miserere, El Mensajero, El Extraño caso del Sr. Valdemar, o sus ilustraciones para la revista Nueva Dimensión.) no hacían otra cosa que consolidarlo como un autor cada vez más entusismado y comprometido con su profesión.
Con Delta 99 y Dani Futuro, en Carlos Giménez ya encontramos a un peso pesado del cómic de nuestro país. Las influencias gráficas del lejano aprendizaje resultan inperceptibles, dejando paso a un estilo personalísimo, cuajado de afortunados logros que no cesaban de impresionarnos. Es en esa etapa cuando puede percibirse un rumor que presagiaba el milagro inminente: la entrada en escena de su faceta como creador testimonial.
Quizá fuera la concurrencia de varios factores, entre ellos, la disposición de un argumento vivencial de alto voltaje, la seguridad que proporciona el dominio del oficio y el deseo de proclamar la injusticia de un pasado propio, los que propiciaron la gestación del que iba a convertirse en el trabajo más emblemático de Carlos Giménez: Paracuellos.
Me hallaba en el despacho de José Mª Arman, director de ediciones de la editorial Garbo. Sobre una mesa vi el primer capítulo de Paracuellos. Después de observar y leer atentamente aquella entrega inicial, noté que tenía entre las manos un nuevo eslabón de la cadena del comic. El milagro de la búsqueda en la personal introspección del autor se había cristalizado felizmente alcanzando unan cotas de expresión extraordinarias. Aquellas páginas saturadas de pequeñas viñetas que emitían temibles cuchilladas de emoción vivida, definían un antes y un después en la historia de nuestro oficio. Por primera vez, el cómic que conocíamos, el de siempre, denostado y utilizado perversamente por la cultura oficial, menospreciado por la intelectualidad imperante, conocido basicamente como vehículo transmisor de géneros infantiloides, se convertía de la noche a la mañana en una plataforma capaz de plantear contenidos de riguroso valor testimonial.
Con la lectura de Paracuellos, los superhéroes verbeneros se desinflaban ridículamente. El Capitan Lamparilla y todos sus delirantes compinches perdían la capa y caían en el pozo de la vacuidad absoluta, mientras que aquel batallón de niños de infancia mutilada en los siniestros hogares de Auxilio Social de la postguerra franquista, de rostros demacrados por el hambre, la humillación, y sometidos al abuso de poder ejercido por una execrable pandilla de verdugos, se elevaba a los cielos, hasta tocar la piel del universo en busca del amor y la libertad segada.
Se ha escrito tanto ( y afortunadamente no cesará el estudio) y de forma tan magnífica sobre el sombrío, desgarrado y criminal escenario de los hechos que propició la realización de Paracuellos, que me me siento intimidado para seguir haciéndolo con la contundencia y riqueza literaria que emplearían aquellos autores más preparados que yo. Sin embargo, como dibujante de comics, ilustrador o pintor, me asiste la fuerza necesaria para comentar algunos aspectos técnicos de tan ejemplar obra.
La densidad asfixiante con la que Carlos Giménez consigue mediante el uso inteligente de una composición harto compacta, económica -cada centímetro de papel tiene valor de oro- y de asombrosa dinámica, es fruto de un exhaustivo análisis de las características estilísticas y convenciones graficas apropiadas para la consecución de unos objetivos predeterminados.
En cuanto a la elección de la fórmula de realización plástica de Paracuellos, el autor elude sin dudarlo un instante -como en casos anteriores y posteriores ( Hom, Koolau el leproso, Erase una vez en el futuro, Los profesionales, etc,)- la comodidad que supone el uso del arsenal de elementos de soporte gráfico – empleado por muchos autores como recurso encubrior de preclaras minusvalías profesionales- tales como el degradado de tinta a la aguada, el mediotono por difuminación de grafito, el frottage, la estampación de texturas con esponja y elementos textiles, el raspado, el collage o la aplicación – casi indispensable en los 70- de tramas mecánicas adhesivas o de frotación. El autor, mantiene con orgullo la utilización de los utensilios más convencionales y nobles: lápiz, plumilla, pincel y tinta china sobre papel de alto gramaje. Esa valiente decisión, determina un estilo conciso, dramático, de connotaciones expresionistas imbricadas con un formalismo de acción que podría inscribirse en la línea conceptual de geniales precursores de esta tendencia (excluyendo determinados esquemas morfológicos, por supuesto) como fueron Christian Rohlfs, Ferdinand Holder, James Ensor o Emil Nolde.Creo que se puede establecer una notable concomitancia en el tránsito estilístico entre el sesgo iconográfico de Carlos Giménez y el metalenguaje de base que acuñó la vigorosidad del realismo expresionista. En este caso asumo con placer el riesgo de adentrarme por delicados terrenos de digresión analítico comparativa, aseverando que ese singular factor adictivo que genera la lectura de Paracuellos puede vincularse a un fenómeno por el que mediante un ESPECIFICO reparto de masas monocromáticas, gestualizadas inconscientemente por artistas del antiguo Oriente, (no el Oriente pictoricamente actualizado por Shiraga, Murakami o Tanaka), puede proyectar un efecto de ensimismamiento que los viejos maestros pintores japoneses de Ukiyo anunciaban veladamente como "El parámetro de la subyugación total". Personalmente no sé cómo puede afectar en el espíritu la contemplación del enigmático parámetro, pero cada vez que "observo" Paracuellos, creo que me acerco a él. Creo en ello y en su posible magia telúrica. ¿Por qué no?
En una ocasión, y hablando de Carlos Giménez, manifesté con plena convicción – convicción que sigo manteniendo- que Paracuellos puede incluirse en la lista de las diez mejores historietas de todos los tiempos. Y ahora quiero aclarar que cuando me refería a una historieta no lo hacía pensando en la acepción que la define como una historia pequeñita, una historia de estar por casa, un cuentecito. No. La utilizaba como sinónimo de cómic. En ningún momento se me pasó por la cabeza minimizar la grandeza de una obra que considero de una talla parecida a "La familia de Pascual Duarte" de Camilo José Cela, el "Guernika" de Pablo Picasso o "La Crucifixión" de Francis Bacon". Porque para mí eso es Paracuellos, una obra de arte universal e imperecedera, una obra maestra.
Josep Mª Beà